miércoles, 11 de agosto de 2010

18.262 días


A continuación os presento un fragmento de un relato de quince páginas titulado "18.262 días" que, si todo va bien, tal vez encuentre acomodo en una antología de próxima publicación.

A aquellos que pertenecéis a la rama sanitaria quizá no os haga mucha gracia.
De cualquier manera, espero que despierte vuestro interés. Si queréis leerlo completo, podéis descargarlo en formato epub para libro electrónico aquí: http://www.megaupload.com/?d=4FYU65H2

18.262 días
La noche cayó sobre la ciudad y los edificios colmena refulgían con las luces de miles de apartamentos. La humanidad o bien dormía o bien seguía viviendo en las salas de juego. Su vagón estaba vacío y se permitió el lujo de descansar los pies sobre el asiento de enfrente. Se acababa de embarcar en un proyecto apasionante. No podía apartar de su mente las palabras de su último paciente. Mentira, todo es mentira, se dijo para sí. Solo la vida es real. Quince minutos después llegó a su destino.
Apretó el paso y antes incluso de llegar a verlo supo que se acercaba al jardín. Durante el día el continuo trasiego de ciudadanos arrastraba consigo el típico olor de humanidad, que lo tapaba todo. Ahora, a altas horas de la noche, el aroma del jazmín y de otras flores nocturnas inundaba los pasillos-calle circundantes. Josef se asomó por la barandilla que daba al patio y contempló aquella pequeña isla de naturaleza. Le temblaban las manos y tenía la boca seca, sin embargo el agua que traía consigo no era para saciar su sed.
Mientras regaba un galán de noche Josef Gross se dio cuenta de que nunca antes había alimentado a un ser vivo. Poseía una granja virtual y varias decenas de caballos, todos formados por paquetes de memoria que interactuaban con su mente cuando visitaba su sala de juego preferida, pero aquello era distinto. La vida humana estaba a salvo atendida de manera invisible por los nanobots médicos. Por el contrario, esas plantas necesitaban cuidados especiales, pues los nanobots las ignoraban. El placer que Thomas Berkeley sentía cuando dedicaba su tiempo a aquel jardín estaba siendo recreado en ese mismo instante por Josef, quien nunca había sido tan feliz.