sábado, 11 de diciembre de 2010

Imperativo condicionado

Obra de tal manera que tus acciones coincidan con dos de las tres dimensiones.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Camino por el desierto.

Camino por el desierto y dejo atrás una región tan fértil como amarga.
Me dirijo hacia un valle que no puedo ver y que quizá nunca llegue a alcanzar.
¿Quién dijo que la falta de sentido no te mata ni de sed ni de hambre?

sábado, 6 de noviembre de 2010

Valensiaaa...

La culpa de todos los males que sufrimos los valencianos la tienen, por este orden:

-Los catalanes. Por llevarse el agua del Turia al Ebro y robarnos así el preciado líquido elemento.

-Madrid. Porque Zapatero nos odia por ser tan estupendos y no soporta que Valensia sea tan bonica.

-El Big bang. Pues el el origen de todo y nosotros no tuvimos nada que ver con ese estropicio.

En fin. Los valencianos somos falleros. Nos gustan las cosas grandes, coloridas y huecas. Y si son caras mejor, para así poder quemar más rápido el dinero.

Se menfot! Que me da igual. Que yo no he sido y la culpa no es mía, sino de los otros, que me tienen manía por ser tan guapo.

Este es el gran éxito del PPCV: ha conectado perfectamente con la idiosincrasia del valenciano medio.

lunes, 20 de septiembre de 2010

El día de los inocentes

A continuación os muestro el inicio de un cuento que estoy escribiendo. Es un relato apocalíptico en sintonía con la nueva paranoia que se avecina. Esto es, el año 2012. El comienzo del relato me ha dado muchos problemas, pues tenía que explicar el marco de la historia sin enrollarme demasiado; para poder dar paso a continuación a la situación inicial de Carlos, el protagonista.
Lo he titulado "El día de los inocentes" y me llevará más tiempo del normal terminarlo, pues la realidad ha llamado a mi puerta vestida de trabajo. Espero tenerlo para finales de año. Como siempre, se aceptan sugerencias.

EL DÍA DE LOS INOCENTES

“Al principio todos creímos que se trataba de una broma. De un montaje publicitario al estilo de Orson Welles y su memorable serial radiofónico. Era el día de los Inocentes. La mañana del 28 de diciembre de 2012 y el fin del mundo, previsto para el viernes de la semana anterior, no había tenido lugar. La gente, tomándoselo a cachondeo, se preocupaba más por los preparativos de la Nochevieja que por el rumor que corría por las calles de Madrid. Sin embargo, cuando el telediario de las tres abrió con la noticia, aquello dejó de ser un rumor.

Antonio López y Rafael Pacheco, desde el Observatorio Astronómico de Mallorca, habían descubierto un nuevo NEO usando el veterano telescopio Schmidt-Cassegrain. Pero este nuevo Near Earth Object resultó diferente a todos los observados anteriormente. La Unión Astronómica Internacional les acababa de atribuir el hallazgo, pero el tono de voz del presentador del telediario no transmitía la alegría y el orgullo que cabía esperarse. Irónicamente, había sido realizado la noche del 21 de diciembre. La noche que, según el calendario maya, tenía que destruirse el universo.

Mi trabajo me obligó a asistir a la primera reunión informativa entre el Gobierno y la agencia espacial americana. La NASA realizó un exhaustivo seguimiento del NEO 2012 DO3 y los resultados dejaron en estado de shock a aquellos que comprendimos sus repercusiones.

Aquella reunión fue un burdo regateo…

Cuarenta y dos años. Ese es el plazo. Después el planeta será esterilizado por NEO 2012. Nada podrá detener a ese planetoide primigenio. El último gran impacto que la vieja Tierra recibirá cambiará por completo su fisonomía. La Luna se formó de la misma manera tres mil millones de años atrás como resultado de los escombros arrancados por un choque aún mayor. A nuestro planeta le espera un nuevo comienzo, pero muy poco de lo viejo va a sobrevivir y el hombre no estará entre las especies afortunadas. En realidad, y según los enviados de la NASA, apenas un puñado de bacterias situadas a miles de metros de profundidad lo harán, pues la corteza terrestre se fundirá tras el impacto.

Cuarenta y dos años serán mucho tiempo para una humanidad aterrorizada. El 21 de diciembre de 2054 va a ser el último día de la historia. Cualquier rastro de la presencia del hombre sobre el planeta desaparecerá bajo la lluvia de roca fundida que cubrirá su superficie.

La NASA también llegó a la Moncloa con el proyecto de colonización más ambicioso que puede concebirse. Todos los esfuerzos de la especie humana tendrán que encaminarse a partir de ahora a la consecución del proyecto de colonización de Marte. El nuevo hogar del hombre va a ser dividido en parcelas y las naciones que aspiren a su compra tendrán que estar dispuestas a afrontar enormes sacrificios.

Aceptamos, ¡claro que aceptamos! En ese momento la presidenta y yo no éramos conscientes de la dimensión de la propuesta. Ni tampoco del coste social del proyecto, pues dentro de cuarenta y dos años solo quinientos españoles podrán subir a las naves que los llevarán a Marte. Y mi hijo no estará entre ellos, ya que para entonces superará el límite de edad. Demasiado mayor para embarcarse y demasiado joven para aceptar la muerte.

Lo que acabo de hacer no va a ser comprendido hasta que se acerque la hora final y la desesperación de la humanidad se transforme en un aullido. Sonia, la única mujer que he amado, yace muerta a mis pies con nuestro pequeño Carlos en su vientre. Ahora soy un asesino de niños, pero dentro de pocos años vuestros hijos os reprocharán el haberlos traído al mundo. Tal vez entonces entendáis mi desesperación, pues no hay futuro para nuestros seres queridos”.

Carlos leyó por enésima vez la carta de suicidio escrita por su padre. Cuando se descerrajó un tiro en la sien no sabía que su mujer aún respiraba y que el hijo que esperaban tenía una oportunidad de sobrevivir. Carlos fue criado en Valencia por sus abuelos maternos. Y cuando cumplió dieciocho y antes de entrar en la Universidad Politécnica tuvo una reunión con ellos. Esa fue la primera vez que leyó la macabra nota de despedida. Habían pasado veinticuatro años desde entonces y la carta parecía un papiro viejo y arruinado. El papel conservaba la memoria de las lágrimas que había vertido en cada lectura. Esta vez tampoco pudo contenerse y al terminar se puso a llorar.

miércoles, 11 de agosto de 2010

18.262 días


A continuación os presento un fragmento de un relato de quince páginas titulado "18.262 días" que, si todo va bien, tal vez encuentre acomodo en una antología de próxima publicación.

A aquellos que pertenecéis a la rama sanitaria quizá no os haga mucha gracia.
De cualquier manera, espero que despierte vuestro interés. Si queréis leerlo completo, podéis descargarlo en formato epub para libro electrónico aquí: http://www.megaupload.com/?d=4FYU65H2

18.262 días
La noche cayó sobre la ciudad y los edificios colmena refulgían con las luces de miles de apartamentos. La humanidad o bien dormía o bien seguía viviendo en las salas de juego. Su vagón estaba vacío y se permitió el lujo de descansar los pies sobre el asiento de enfrente. Se acababa de embarcar en un proyecto apasionante. No podía apartar de su mente las palabras de su último paciente. Mentira, todo es mentira, se dijo para sí. Solo la vida es real. Quince minutos después llegó a su destino.
Apretó el paso y antes incluso de llegar a verlo supo que se acercaba al jardín. Durante el día el continuo trasiego de ciudadanos arrastraba consigo el típico olor de humanidad, que lo tapaba todo. Ahora, a altas horas de la noche, el aroma del jazmín y de otras flores nocturnas inundaba los pasillos-calle circundantes. Josef se asomó por la barandilla que daba al patio y contempló aquella pequeña isla de naturaleza. Le temblaban las manos y tenía la boca seca, sin embargo el agua que traía consigo no era para saciar su sed.
Mientras regaba un galán de noche Josef Gross se dio cuenta de que nunca antes había alimentado a un ser vivo. Poseía una granja virtual y varias decenas de caballos, todos formados por paquetes de memoria que interactuaban con su mente cuando visitaba su sala de juego preferida, pero aquello era distinto. La vida humana estaba a salvo atendida de manera invisible por los nanobots médicos. Por el contrario, esas plantas necesitaban cuidados especiales, pues los nanobots las ignoraban. El placer que Thomas Berkeley sentía cuando dedicaba su tiempo a aquel jardín estaba siendo recreado en ese mismo instante por Josef, quien nunca había sido tan feliz.

jueves, 29 de julio de 2010

Perversiones volumen I

Por fin. Los cuentos populares versión postmoderna han visto la luz en papel.

Tengo el honor de participar en este proyecto con una versión de La cigarra y la hormiga, de Samaniego. Es el cuento más cruel escrito nunca -sobre todo bajo la mirada de un perezoso como yo-. Y me he vengado de su moraleja. Eso sí, el sentimiento de culpa sigue.

Otros compañeros se han atrevido con sus propios ídolos de la infancia. Hay cuentos de terror, de fantasía y de ciencia ficción. Pero todos y cada uno de ellos son fantásticos. Como la mayoría de los mejores cuentos.







A continuación corto y pego la reseña.
Podéis encontrar más información en el siguiente enlace:

Título:(Per)Versiones: Cuentos Populares
Título original: (Per)Versiones
Autor: David Prieto Ruiz, Laura Quijano Vincenzi, Juan José Tena, Manuel Osuna, Leonardo Ropero, Virginia Pérez de la Puente, Jorge Asteguieta Reguero, Moisés Cabello, Ignacio Cid Hermoso, Susana Eevee, Aintzane Egiluz Romero, Héctor Gómez Herrero, Alejandro Guardiola, Eugeni Guillem Darné, Julio Igualador, Antonio J. Llatas López, Laura López Alfranca, Sergio Macías García, Mario Manzano Vázquez, Josep Martin Brown, Ricardo Montesinos, Ana Morán, Diana Muñiz, Juan Carlos Pereletegui, José María Pérez Hernández, Alex V. Vegas
Género: Ciencia Ficción, Terror, Misterio, Fantasía, Humor, Relatos
Saga: (Per)Versiones
Año Copyright: 2010
Premios:
Los cuentos existen desde siempre. Desde algún momento impreciso de la historia del hombre, cuando éste comprendió que, además de poder hablar de lo que existía también se podía de lo que no lo hacía.
Y que era más divertido.
En esta antología los autores revisitan los cuentos clásicos, cada uno a su manera y dándoles nuevas visiones. Porque en cada cuento se ocultan otros muchos que dependen de la imaginación de sus lectores.
Cuentos tenebrosos unos y llenos de humor otros. Cuentos que harían sonrojar al más avezado. Cuentos de las más variadas clases y estirpes que puedan imaginarse.
En este volumen recopilamos algunos de esos cuentos, tomados de los clásicos y reinventados para la ocasión.
Esperemos que disfruten de ellos.

Prólogo de José Antonio Cotrina

Contenido:

Este volumen de (Per)Versiones lo componen un total de 26 relatos:


El viaje de Gulliver al planeta Liliput (Jorge Asteguieta Reguero)
Creciendo en Nunca Jamás (Moisés Cabello)
El placer de comer (Ignacio Cid Hermoso)
Goldilocks y los osos montañeses y zombies (Susana Eevee) (adelanto en descarga gratuita)
Chufo o chota (Aintzane Egiluz Romero)
Hasta las cenizas (Héctor Gómez Herrero)
La túnica del profeta (Alejandro Guardiola)
Pulgarcito (Eugeni Guillem Darné)
Shazam (Julio Igualador)
La tirana de Oz (Antonio J. Llatas López)
El asesinato de Abuelita (Laura López Alfranca)
Alicia en el País de las Pesadillas (Sergio Macías García)
El gigante dormido (Mario Manzano Vázquez)
La cigarra y la hormiga (Josep Martin Brown)
Tres cerdos (Ricardo Montesinos)
Blanche al desnudo (Ana Morán)
La Reina de las Nieves (Diana Muñiz)
Noche de castigo en Hamelín (Manuel Osuna)
De lo que le conteçió a un mancebo que casó con una muger muy fuerte y muy brava (Juan Carlos Pereletegui)
El patito feo (José María Pérez Hernández)
Desvestiándose (Virginia Pérez de la Puente)
La dama del bosque (David Prieto)
Eterna ensoñación (Laura Quijano Vincenzi)
Playback para una sirena (Leonardo Ropero)
El sótano (Juan José Tena)
Huan sin miedo (Alex V. Vegas)

jueves, 10 de junio de 2010

Leopold Bloom contra los zombix


De vuelta otra vez, traigo bajo el brazo una novela corta para el UPC 2010 y un relato para el tercer volumen de (Per)versiones. El primer volumen, Perversiones: cuentos populares, lo podréis comprar próximamente en las librerías más alejadas de vuestro pueblo.


La novela corta tiene un precioso título que no puedo revelar, pues hay que ser fiel a las bases del concurso. Solo diré que forma parte de mi mundo de pulpos espaciales.


El relato que a continuación cuelgo, en cambio, está a disposición de todos, pues no está sometido a la tiranía de la competición. Os situaré en la escena: un clasico, veinte frekies y tres meses por delante. El resultado es una versión monstruosa -por incluir uno o más clásicos del terror- de una obra de la literatura universal. Yo me lanzé a por el Ulises de james Joyce, con el único empeño de redimir el honor del protagonista.


Todavía es un borrador.

Así que sed condescendientes.

Espero que os guste.


LEOPOLD BLOOM CONTRA LOS ZOMBIX

Los habitantes de la villa de Sandycove, a las afueras de Dublín, se desprendían de la pereza matutina con un buen almuerzo a base de riñón de cerdo. Así se preparaba un irlandés para un duro día de trabajo. Los estudiantes de la vieja torre, en cambio, disfrutaban del añorado verano, ajenos por completo a los destinos de sus compatriotas.

La suave brisa de la mañana barría la plataforma superior donde Buck Mulligan se había encaramado. Irreverente y provocador, convertía cada acto de la vida cotidiana en un momento sublime. Solo para ridiculizarlo a continuación.

Stephen Dedalus, su némesis en esa antigua fortaleza habilitada como vivienda para pobres, por fin había logrado sorprenderlo. Por una vez, no solo traía reproches y moralina al humilde hogar que compartían. Últimamente se estaba revelando como un personaje poliédrico. Su reciente obsesión por las máquinas lo llevó hasta Londres y a su vuelta trajo algo maravillosamente útil consigo.

El extraño artefacto estaba siendo utilizado en esos instantes por Buck, sobre quien recaía el mérito de haber descubierto su funcionamiento. Aunque el diseño de la empuñadura evocaba algún tipo de arma, al final no se trataba más que de una máquina de afeitar automática.

-Stephen, debo insistir -dijo-. No me parece una buena idea el cambio que te ha propuesto Mr. Deasy.

-Lo siento mucho Buck. Pero la decisión no depende de ti –contestó el interpelado-. Además, siempre puedes volver a la amada navaja de tu padre. No sabes cuanto he echado de menos hoy tu parodia de eucaristía.

-Lo que dice es cierto, Buck –lo apoyó Haines-. Tienes un alzamiento de cuenco y jabón prodigioso, digno del mismísimo Santo Padre.

-No hay manera de soliviantaros, ¿verdad? Ni aunque me atreviese a fornicar con el crucifijo…

-Reserva tus provocaciones para las beatas y esos tontos dublineses –le contestó Stephen mientras le arrebataba el artefacto-. Que se preocupen de Dios y del precio de las patatas: nosotros vamos a cambiar el mundo.

Envolvió la enigmática máquina en la toalla que Buck reservaba para secarse y antes de que este pudiera protestar, salió de la torre sin despedirse de sus compañeros.

El siglo veinte apenas acababa de dar sus primeros pasos y cada día una nueva sorpresa anunciaba que 1904 iba a ser un año maravilloso. El futuro auguraba un largo periodo de paz y respeto por los ideales de la ilustración. Siempre y cuando no vivieras en Irlanda, claro está. A pesar del entusiasmo que despertaba en él el nuevo siglo, Stephen estaba convencido de que ninguna idea podría cambiar a los dublineses. Si Irlanda conseguía la independencia esta solo serviría para poner al país al servicio del Papa.

Liquidó sus clases como de costumbre. Fue breve, desapasionado y no se esforzó por ocultar el desprecio que sentía por sus alumnos. Es solo trabajo, se dijo. Mi excelencia la reservo para los artefactos. Ya no podía recordar el último día que les enseñó creyendo en lo que decía. Desde que cayó en sus manos el primer objeto extraordinario, nada volvió a ser igual. La realidad era mentira y lo cotidiano el cebo que alimentaba la ilusión de realidad.

Si Dios no es el arquitecto del mundo, ¿Quién diseñó entonces estos artefactos?

Descubrir su existencia no resultó tan sorprendente como el hecho de saber que, desde la antigüedad, miles de hombres y mujeres habían empeñado sus vidas por adquirirlos. Stephen no era el primer humano en hacerse con uno de esos extraordinarios objetos y tampoco sería el último. Sin embargo muy pocos podían considerarse auténticos coleccionistas.

El señor Deasy, en cambio, podía presumir de ello. Stephen no encontraría en toda la isla a nadie dispuesto a hacer un trueque semejante. No en vano poseía una de las mejores colecciones de artefactos de Europa. Dos siglos atrás, tal acumulación de objetos mágicos lo habría llevado a la hoguera. Pero los incontables años transcurridos desde entonces habían transformado al señor Deasy en una persona prudente.

El artefacto que había detenido su envejecimiento permanecía en el mayor de los misterios. Comparado con él, lo que Stephen traía bajo el brazo no era más que una bagatela, un juguete. Aún así no se le podía negar su utilidad. Sobre todo si tenía en cuenta la aversión que el ilustre coleccionista irlandés había desarrollado hacia el vello corporal.

-¿Y esto funciona como un desinhibidor de las emociones? –le preguntó Stephen- Parece el colgante de una solterona.

El coleccionista se depilaba las piernas, ensuciando la tarima con su llamativo vello rojo. Las preguntas de Stephen lo aburrían tanto como el mundo que lo rodeaba. Sin embargo el negocio lo obligaba a ser cortés.

-Si lo gira en el sentido de las agujas del reloj, conseguirá que los que le rodeen caigan presas del amor. Si lo gira en sentido contrario, en cambio, obtendrá el efecto opuesto: violencia y odio.

-¿Seguro que funciona? –al joven estudiante el cambio le parecía demasiado bueno.

-¿Insinúa que intento estafarlo? –el coleccionista ofrecía una pobre imagen con los calzones enrollados a la altura de las rodillas-. Páseme el colgante un momento, por favor, y le demostraré de qué es capaz.

Stephen le entregó el artefacto a Mr. Deasy quien lo manipuló con familiaridad. Su rostro transmitía tedio. Como si hubiera jugado con él durante demasiado tiempo y ahora, aburrido de sus poderes, le resultara insoportable su compañía. El coleccionista era la viva imagen de la decadencia. Con otro artefacto había conseguido burlar a la muerte, pero eso no significaba que hubiera triunfado sobre su fealdad natural. Rojo e hinchado, se asemejaba más a un cerdo que a una persona.

Sin embargo cuando giró el medallón en el sentido de la agujas del reloj, la impresión de su imagen se transformó completamente. Stephen nunca se había sentido atraído por un hombre. Pero lo que contemplaban sus ojos no era la rolliza y carmesí figura del viejo Mr. Deasy. Estaba ante una epifanía. Ante la manifestación terrenal de la belleza de un dios.

Comenzó a desnudarse y ese fue el momento elegido por el coleccionista para devolverlo a la normalidad. La cara de Stephen, con los flecos de la camisa cayendo casi hasta sus rodillas y los pantalones arrugados a sus pies, reflejaba estupefacción. La de Mr. Deasy, en cambio, puro miedo.

-¿Convencido ahora? –lo interrogó- Si lo devuelve al centro, recupera la normalidad. ¿O prefiere una demostración en sentido contrario?

Stephen, aún aturdido por su erupción emocional, no salía de su asombro. El efecto sobre él había sido inmediato, sin embargo no parecía haber afectado al coleccionista. Casi se le cae de las manos cuando este le lanzó el colgante para que lo cogiera al vuelo.

-¿Cuál es su radio de acción?

-No muy amplio –respondió Mr. Deasy-. Apenas unas decenas de metros. Y se ve muy limitado por los elementos. Funciona mucho mejor los días despejados, pues la lluvia y sobre todo el viento reducen su efectividad. Tenga cuidado. Como ha podido comprobar su efecto es indiscriminado.

Stephen salió de allí absolutamente satisfecho con su primer cambio. El medallón parecía un artefacto valioso. Mucho más que la útil pero inocente máquina de afeitar de la que acababa de desprenderse. Estaba seguro de que en Paris podría conseguir un trueque aún más favorable. Todo parecía indicar que aquel era el comienzo de su prometedora carrera de coleccionista.

Paseaba por la playa de Sandycove absorto en sus pensamientos, con el poderoso medallón colgando de su cuello. En Paris lo cambiaré por un artefacto de salud eterna. De nada sirve engañar a la muerte si al final tu cuerpo se llena de pústulas. Pero no me quedaré ahí. Dicen que en Francia abundan los artefactos relacionados con el vino. Que una máquina de corcho fabrica tapones que rellenan las botellas. Pediré un dos por uno. Ese será mi precio por el medallón del amor y del odio.

Caminando hacia él un numeroso grupo de jóvenes piadosas se aproximaba en dirección contraria. Iban vestidas para asistir a un entierro, pero quedaron un rato antes para pasear por la playa. Tal vez fue la inalcanzable belleza de aquellas muchachas. O quizá el deseo de romper algo bonito. El caso es que casi sin darse cuenta Stephen giró el medallón para provocar en ellas un deseo irrefrenable.

Leopold Bloom, vestido de entierro, asaba su riñón de cerdo sobre el fuego de la cocina. El humo, tan grasiento como estimulante, se escapaba por la diminuta ventana para unirse al resto de los efluvios de Dublín. La mañana prometía un día caluroso. Espero que el embalsamador haya hecho un buen trabajo con el cadáver, pensaba. Si no, el hedor va a ser espantoso…

Dio buena cuenta del almuerzo e inmediatamente sintió ganas de cagar.

Leopol Bloom era un hombre de costumbres y un reconocido cornudo de Dublín. Su mujer, Molly, alcanzó cierta fama como cantante en su juventud. Su belleza legendaria le hizo perder la cabeza a un miembro de la familia real británica. Molly nunca le dijo cual, pero no resultaba difícil imaginarlo. Este pasado la había convertido en un personaje muy popular en Dublín, y no solo por su carrera artística. Su reputación había sido tan cuestionada que la propuesta de matrimonio de Bloom la pilló totalmente desprevenida. No pudo decir nada más que “demonios, sí”.

A pesar de las críticas familiares y los inevitables comentarios de taberna a sus espaldas, Leopold Bloom sabía que la envidia era más frecuente que el desprecio. Aunque este siempre dolía, sobre todo cuando venía de un amigo. Era pues un hombre herido. Y a pesar de los atributos y la innegable fogosidad de su mujer, también un hombre abstemio.

Desde la muerte de su hijito, Molly Bloom no había consentido mantener relaciones. El duelo por el pequeño le secó el sexo, que permanecía cerrado. Aunque esta clausura solo afectaba a su marido. Pues la pena la obligaba a refugiarse cada vez con más frecuencia en los brazos de sus amantes. Bloom, devoto esposo de la mujer más bella de Dublín, guardaba pacientemente su turno, drogado de comprensión.

El calor era tan intenso que Bloom buscaba desesperadamente la sombra. El traje resultaba muy adecuado para un entierro en febrero y también ideal para una cura de sudor. Un día perfecto para sudar. Pero no es el caso… De camino al cementerio se sintió atraído por el frescor que salía de la puerta de una iglesia. No lo dudó. Entró en ella para disfrutar de la sombra a pesar de la repulsión que le provocaba aquel lugar. Se sentó en uno de los últimos bancos, casi al lado de la piedra bautismal.

La infelicidad comienza aquí. Con una ducha de agua bendita, divagaba con la mirada perdida entre las bóvedas del techo. Después, lo mejor de la vida es inmoral y en el peor de los casos ilegal. La libido puesta a los pies de la vida eterna, suspiró. El cielo debe ser un aburrimiento.

Un gemido lo sacó de sus pensamientos. Luego un grito de placer. Y jadeos. Jadeos que iban en aumento. Qué demonios. Tras el altar, el párroco daba buena cuenta de una feligresa. Jesucristo en su patíbulo contemplaba la escena con el mismo gesto de sufrimiento que llevaba practicando dos mil años. Parecía suplicar que alguien lo bajara de allí para unirse a la fiesta.

Leopold Bloom, abrumado, salió de aquel suelo sagrado tan rápido como pudo. Muchas veces había fantaseado con un numerito así. Pero que el párroco le hubiera robado el protagonismo le resultaba inconcebible. Él era el sacrílego. Al menos si alguna vez hubiera reunido el valor suficiente para llegar a blasfemo…

Se dirigió, tan turbado como empapado de sudor, a paso ligero hacia el cementerio. Necesitaba, quien se lo iba a decir, una sesión de cruda tristeza. Honrar a la muerte para de alguna manera compensar su orgullo herido. Leopold Bloom, el cornudo más célebre de Dublín, follaba menos que un cura irlandés. La idea le resultaba insoportable.

Magullado, escocido y con la ropa hecha jirones Stephen Dedalus acababa de escapar de una muerte casi segura. El medallón había transformado a aquellas jóvenes piadosas en zombix. En insaciables devoradoras de sexo. Llegó dando tumbos hasta el patio trasero de una iglesia. La cabeza le daba vueltas y apenas tenía un centímetro cuadrado de piel que no hubiera sido mordido ardorosamente.

Llamó a la puerta de la sacristía y gritó pidiendo ayuda. Su corazón parecía a punto de estallar y se llevó la mano al pecho para recuperar el aliento.

Entonces lo tocó.

El medallón seguía allí. Colgando de su cuello. Su primer impulso fue quitárselo, pero Stephen era un joven listo y enseguida recordó que llevarlo puesto era la única forma de permanecer inmune a sus efectos. ¡Válgame el cielo, sigue encendido!

El traicionero aparato permanecía girado a la derecha, tal y como lo dejó cuando lo activó en la playa de Sandycove. Aterrado, intentó devolverlo a su posición original, donde supuestamente se anularían sus efectos.

Demonios…

No pudo hacerlo. El artefacto se había quedado atascado en su grado máximo de amor. En ese instante se abrió la puerta de la sacristía.

-¿Siiií…?

El párroco lo miró de tal manera que Stephen supo que tenía que correr para seguir viviendo. Gravemente herido, aún tuvo fuerzas para saltar la pequeña pared que separaba el viejo cementerio de la calle. Al caer casi se llevó por delante a una feligresa. Esta, que acudía recatadamente vestida a confesarse antes de la misa de las doce, se sobresaltó tanto que quedó sentada en el suelo.

-Discúlpeme señora, pero… -acertó a decir Stephen.

Los ojos de la feligresa revelaban el contagio. Su boca, el deseo irreprimible que sentía por Stephen.

Queríamos cambiar el mundo y por San Patricio que lo estamos consiguiendo, se dijo para sí. El párroco apareció finalmente detrás de él. Stephen se encontró entre ambos. Su torpe caminar y los jadeos de deseo los rebajaban a la categoría de animales en celo. Pero no por eso resultaban menos peligrosos, como había experimentado en sus propias carnes pocos minutos antes.

Dio un paso atrás. Fue un acto reflejo. Demasiado asustado aún para salir corriendo. Sin embargo bastó para conjurar el peligro por el momento. El párroco y la feligresa se fundieron en un tórrido abrazo y parecieron ignorarlo.

Corre maldito irlandés, corre…

Obedeciendo a sus propias palabras Stephen salió disparado de allí. Trató de alejarse de cualquier lugar habitado, pues sabía que el influjo del medallón era indiscriminado, al igual que sus efectos. Su mente bullía con las imágenes de sexo y perversión descontrolada que había dejado en la playa. Sandycove, con este calor, estará lleno de gente. Y si es contagioso, esas muchachas habrán convertido la playa en una bacanal. El cementerio en cambio…

Corrió como si estuviera poseído. Le aterrorizaba cruzarse con alguien más y no se atrevía a desprenderse de la inmunidad de la que gozaba el portador del medallón. Casi sin darse cuenta llegó hasta la casa de Jimmy Geary, el enterrador. El cementerio católico de Prospect se encontraba un poco más allá de los chopos oscuros. En la ciudad de los muertos hallaría la tranquilidad que necesitaba para arreglar el maldito artefacto.

Mientras tanto, y al otro lado del camino aunque solo unos pasos por detrás de él, Leopold Bloom se dirigía al entierro de Paddy Dignam, aún perturbado por la tórrida escena que presenció en el altar. Como había cogido un coche para llegar hasta allí, casi lo hace antes que el propio Stephen, a quien conocía por ser amigo de su padre.

-¡Stephen! –gritó-, ¡Muchacho!

El joven Dedalus no se percató de que lo llamaban hasta que, apretando el paso, el señor Bloom le tocó el hombro.

Stephen se giró inmediatamente para averiguar quién era el desdichado que estaba a punto de caer bajo el influjo del medallón, pero no sucedió nada.

-Aleluya… -acertó a decir con un hilillo de voz. Las lágrimas corrían por sus mejillas- Se ha acabado. Esta maldita pesadilla se ha acabado.

Bloom cogió las manos del joven, que se aferraban al medallón que colgaba de su cuello. Siempre sintió un afecto especial por aquel muchacho. Ojalá los amantes de mi mujer fuesen como él, se dijo.

-¿Qué sucede Stephen? –le preguntó- Pareces aterrorizado.

Stephen no parecía reaccionar a sus preguntas. Dejó de sollozar. Pero solo para que su mirada se perdiera en el aparatoso anillo que Bloom lucía en la mano derecha.

-¿Ese anillo? ¿De dónde lo ha sacado?

El objeto que Stephen reconoció tenía forma de anillo, aunque sus poderes iban más allá de servir de adorno. Otro artefacto, sin duda alguna… Se dijo para sí mientras Bloom trataba de dar una respuesta a su extraña pregunta. El objeto parecía en efecto un anillo, pero su intrincada estructura se revelaba solo ante los ojos de un coleccionista. Stephen había visto artefactos como aquellos en su última visita a Londres. Los llamaban “anillos del estoico”, pues servían para que su portador no fuera víctima de los celos, ni de ninguna otra pasión.

-¿Este? –contestó Bloom señalándolo- Me lo regaló Molly cuando murió nuestro hijito; para que “su pérdida no te consuma”, eso dijo. Mi mujer es muy supersticiosa, ¿sabe usted?

El recuerdo de su hijo muerto volvió a herirlo. Leopold Bloom llevaba aquel anillo mágico sin ser consciente de sus poderes. Lo que sí sabía, y de eso estaba absolutamente convencido, era que no servía para superar el duelo. La pérdida lo consumía. Sobre todo porque era doble. No tenía ni a Molly ni a su hijito.

-¡Eso que lleva no es un anillo! –chilló Stephen- Es una máquina infernal. Y si sirve para lo que su mujer le dijo, no lo voy a poner en duda. Pero tengo que confesarle que es la primera persona que no es víctima de los poderes de este medallón. Y estoy convencido que es gracias a ese anillo.

En la mente de Bloom todas las piezas se movieron, incluida la escena del párroco y la feligresa, para encajar en un mosaico de sucesos. El extraño comportamiento de los habitantes de Dublín tenía sentido. Lo que Roma y la moral judeocristiana habían construido en mil años de catolicismo, ese medallón estaba a punto de echarlo abajo.

-Escúcheme –prosiguió Stephen-. Le propongo un cambio. Su anillo por este medallón. Necesito ese anillo para poder enmendar mis errores. Para salvar el mundo.

Como un sonámbulo, Leopold Bloom accedió a los deseos de Stephen. En su cabeza bullía un plan. Molly… Nuestro hijito muerto y su vagina muerta. Maldita tramposa. Te voy a enseñar a ti lo que es el deseo… El rencor lo invadió tan pronto como se desprendió del anillo. Los celos reprimidos durante años se convirtieron en indignación. Por fin su mujer se sentiría atraído por él, por su legítimo esposo.

Se colgó el medallón al mismo tiempo que Stephen se ponía el anillo del estoico. Sin decir palabra, y por primera vez en su vida, el Sr. Bloom se fue sin despedirse. Volvía a casa. Donde su amada esposa lo esperaba. Y por fin sabía como alimentar su fuego, tanto tiempo apagado.

-¡Oiga! –le gritó Stephen al verlo marchar- ¿A dónde va con el medallón? ¡Tenemos que salvar el mundo!

Leopold Bloom se volvió un instante para responder:

-Usted haga lo que quiera. Yo me voy a casa a follarme a mi mujer.

miércoles, 17 de marzo de 2010

De Peter Pan a la Bella Durmiente



DE PETER PAN A LA BELLA DURMIENTE

Se opuso al devenir del tiempo y contra todo pronóstico consiguió salir airoso. Solo los niños muy desgraciados son capaces de visualizar su propia muerte. Más tarde, cuando ya tenía cuarenta años, resultaba evidente que no sería el reloj lo que acabaría con él. El pelo plateado era lo único que revelaba su auténtica edad -ochocientos ochenta y ocho años terrestres- en su rostro de treintañero, surcado a penas por unas cuantas arrugas de expresión.

El triunfo de la voluntad de poder. Si la Fe de los hombres es capaz de hacer realidad a sus dioses tras la muerte, ¿por qué un humano no podía vivir eternamente si se lo proponía? Por lo que él sabía, era único en su especie. La mayoría de los humanos alcanzaban el amor verdadero en el lapso breve de sus vidas. Si lo encontraban era porque se proponían encontrarlo y creían en ello. Otros ambicionaban el éxito y muchos de ellos alcanzaban una celebridad que pronto detestaban. Muy pocos tenían depositada su fe en la propia felicidad porque esta solía relacionarse con el pecado. Aún así a los que la alcanzaron tarde o temprano se les acusaba de perder la virtud.

Cuando todo el mundo cambió él continuaba siendo el mismo. Nunca tuvo hijos. Al parecer por miedo a perderse en la maraña de responsabilidades familiares. Siempre fue un marido fiel, pues las aventuras solo podían traerle nuevos problemas y estos serían difíciles de controlar. El tiempo pasaba y él continuaba siendo un niño enfadado. Pero cuando sobre la Tierra los hombres y las mujeres ya no eran ni hombres ni mujeres, cuando los niños estaban prohibidos y turistas de otros mundos acudían a visitar la Tierra atraídos por su exotismo, entonces y solo entonces se dio cuenta de que su complejo de Peter Pan carecía de sentido. La ciencia alienígena era tan avanzada que resultaba indistinguible de la magia. La Fe ya no era necesaria para volar, pues los calamares vendían a precio de saldo los cinturones antigravedad.

En las postrimerías del tercer milenio el ser humano había evolucionado tanto que Leonardo a penas hubiera sido capaz de reconocerlo. Él, sin embargo, nunca quiso cambiar y por eso vivió lo suficiente como para ser testigo de la evolución de su propia especie. La soledad era insoportable. La languidez comenzaba a adueñarse de su vida conduciéndolo inexorablemente hacia un autismo hermoso. Quizá el tiempo no acabase con el, pero la peligrosa pasividad en la que había caído en los últimos meses amenazaba seriamente su salud.

El psicopatólogo fue claro en su diagnóstico: síndrome de bella durmiente. Si murió es porque así lo quiso. Cansado de esperar al príncipe azul y hastiado de un mundo sin lugar para la magia.

martes, 9 de febrero de 2010

La edad ingrávida


Entre capítulo y capítulo de mi novela voy madurando algún que otro relato corto.
El que sigue a continuación es uno típicamente mío. A partir de una idea surge una historia breve supeditada por completo a ella. En este caso fue la imagen de la tierra vista desde el espacio y la problemática de la edad de jubilación.

Espero que lo disfrutéis.

LA EDAD INGRÁVIDA.

Siempre soñé con contemplar la tierra desde el espacio. Creo que no conozco a ningún niño de mi generación que no haya querido ser astronauta al menos una vez. Cuando era joven solo unos pocos millonarios excéntricos podían permitirse unas vacaciones en el espacio. Ahora vivo en una estación espacial. Y no soy ni mucho menos rico, solo un escritor fracasado. No deja de ser gracioso que los tipos que soltaron veinte millones de euros por pasar una semana hacinados en el espacio sean los mismos que ahora pagan una cantidad equivalente por no mover su culo de la vieja Tierra.

Está mal que sea yo quien lo diga, pero fue a mí a quien se le ocurrió el apelativo de “ingrávida”… Los geriatras querían denominar “cuarta edad” a todos los centenarios que nacimos en el último cuarto del siglo veinte. Al final fue el título de uno de mis relatos el que popularizó esta acepción para todos aquellos que somos centenarios. Tras la quiebra del estado del bienestar para nosotros solo había dos alternativas. La muerte dulce en las clínicas Logan –la mayoría sigue prefiriendo esta opción, a pesar de sus sueños infantiles-, o bien una nueva edad de oro en las Factorías Orbitales.

Los geriatras que diseñan nuestros centros de trabajo en gravedad cero nos conocen muy bien. Saben lo mucho que nos gustan a los de nuestra generación las consolas y cualquier tipo de aparato electrónico. En realidad no son necesarios, pues todo es automático. La IA se limita a corregir nuestros errores y nosotros velamos por su mantenimiento. Pero las ventajas de trabajar en el espacio no se limitan a la lucha contra el tedio… Cierto es que pocas cosas hay tan satisfactorias como volver al trabajo después de treinta y cinco años en el dique seco de la jubilación. Pero sentirse útil no es nada comparado con la segunda juventud. La ausencia de gravedad no solo prolonga nuestras vidas sino que devuelve a nuestros músculos gran parte de la vitalidad perdida.

Este es un proyecto piloto. El millar de centenarios que habitamos las Factorías Orbitales somos pioneros. Cada año se nos unirán otros tantos más. De cualquier manera, ya nadie puede acusarnos de ser un lastre. Con nuestro trabajo no solo costeamos nuestros gastos sanitarios, sino que pagamos la pensión de nuestros hijos recién jubilados.

Mañana cumplo ciento un años. Será mi primera fiesta de cumpleaños en el espacio y voy a compartirla con treinta compañeros más. Bailaremos música de los 80, fumaremos marihuana y cuando la Tierra reciba los primeros rayos del Sol nos regalará unas vistas maravillosas. Hijo mío, soy muy feliz aquí y entiendo tu ansiedad. Te esperan seis lustros de aburrimiento. Ten paciencia y cuida de tus huesos, pues si consigues llegar a los cien podrás subir y compartir conmigo los placeres de la edad ingrávida.


Te quiere.
Tu padre Josep.
Factoria Orbital Recreativa, 1 de marzo de 2075.

jueves, 4 de febrero de 2010

Sola: un microrrelato de vampiros.

Hola a todos.

Nos propusimos escribir unos microrrelatos para SM y a mí me ha salido -por primera vez- uno de vampiros. Los que me conocéis sabéis que lo último que deseo es vivir eternamente y que por esta razón las historias de nosferatus no me atraen demasido. Así que es lógico el final de mi protagonista, ¿no?

SOLA

No quedaban libros que no hubiera leído. No existía región que no hubiese explorado. Del ser humano solo quedaban sus obras y leer era lo más parecido a tener una conversación. Después de miles de años, lo único que había descubierto era la aparición de nuevas especies que comenzaban a colonizar un mundo que había perdido a su mayor depredador. Estaba sola. Inmortal y eternamente joven pero sin nadie con quien compartir sus experiencias. Si el hombre era la conciencia del átomo el vampiro que se alimentó con el último de ellos había acabado con el único testigo de la creación. Cuando ella se cansase de existir, ya no quedaría nadie que diera cuenta de aquellas maravillas naturales. Pensó en escribir, pero ya no quedaban lectores. Hastiada de sentirse única, subió a lo más alto del túmulo y dejó que los primeros rayos de sol bajaran el telón de la historia de la humanidad.

lunes, 1 de febrero de 2010

Entrevista a Josep Martin Brown

La revista BEM http://www.bemonline.com/portal/
me ha hecho una entrevista.

La podéis encontrar en esta dirección:

http://www.bemonline.com/portal/index.php/entre-ushuaia-e-irondo-31/1128-hablando-con-josep-martin-brown

En ella no escatimo en detalles -sobre todo escabrosos- y al leerla podréis entender el proceso de construcción de un freakie...

Aprovecho para recomendar esta publicación. En ella escriben firmas tan conocidas como Domingo Santos y Sergio Gaut vel Hartman. También hay una interesante sección dedicada a las ucronías...

Ni que decir tiene que me siento profundamente agradecido por la iniciativa de BEM. A falta de recompensa monetaria por mi trabajo -paciencia, que todo llegará-, este tipo de cosas le llenan a uno de satisfacción.

miércoles, 27 de enero de 2010

El evento Toba

Lo que sigue a continuación es un nuevo relato para el grupo Perversiones, de Tierra de Leyendas. La buena acogida que ha tenido Perversiones: cuentos populares -de próxima publicación-, nos ha llevado a embarcarnos en un nuevo proyecto colectivo. Esta vez le ha tocado el turno a la historia. Por eso lo que estáis a punto de leer es una ucronía o historia alternativa. Un relato donde el marco del mismo ha sido alterado por un hecho del pasado que ha cambiado significativamente las condiciones del presente.

No es el relato definitivo y aún podría colocarle 1000 palabras más. Pero me ha gustado ese efecto final del último párrafo. Además me da un poco de miedo fastidiarla si explico demasiado. Como diría mi abuela: "¿Me se entiende asín?"
Por favor, dadme vuestra opinión.


EL EVENTO TOBA

El planeta entero estaba ocupado en los preparativos de la celebración del 65000 aniversario de Toba. La actividad en Ombligo del Mundo era frenética y sus calles bullían de gente. La Gran Capital se levantaba entre siete colinas y constituía el centro religioso y político de toda la civilización humana. Desde esa península en forma de bota el profeta anunció la venida de un nuevo tiempo 65 milenios atrás y de allí partieron los colonizadores en busca de la morada del Dios volcán. Y aunque pasarían decenios antes de que los primeros hombres pisaran sus laderas calcinadas y lavaran sus pies en el lago Toba que lo circunda, los regalos del dios llegaron pronto. El más valioso de ellos fue el subhombre. Actualmente en Ombligo del Mundo vivían tres de ellos por cada hombre verdadero. Los subhombres cultivaban la tierra ayudados por los arados que tiraban los perros. También cuidaban conjuntamente de los rebaños y los más dóciles ayudaban en las tareas domésticas. No eran esclavos, como los enemigos vencidos, sino más bien niños que nunca alcanzaban la madurez. A pesar de eso no dejaban de reproducirse y en algunas ocasiones su superpoblación había causado hambrunas y problemas de abastecimiento.

A Colmillo de León no se le pudo ocurrir un día menos apropiado para presentar su tesis. Para el joven estudiante de Teología aquel era un día tan bueno como cualquier otro. Desde que podía recordar, su mente nunca estuvo centrada en lo que era importante. Ni el clan ni la caza le interesaban. Ni siquiera Toba, el Dios volcán de las Antípodas que con su llamada había animado al hombre a buscar la tierra prometida, a salir del norte congelado y colonizar la Tierra. Aún no era consciente de ello pero con su exposición estaba a punto de inaugurar un nuevo tiempo.

La antropología era una disciplina tan antigua como el dios Toba y la religión que lo acompañaba. En realidad no había tal distinción, pues la Teología abarcaba todas las ramas de saber, incluida la que se ocupaba del estudio del hombre. Pero hasta entonces los teólogos nunca se habían preocupado de los subhombres y ni siquiera había un nombre que ponerle a ese campo de estudio. La creencia popular mantenía que simplemente aparecieron al mismo tiempo que el Dios volcán. Las leyendas cuentan que al principio eran solo un puñado. Que surgían de entre las cenizas que Toba esparció por toda la zona tropical del planeta. Hijos del Dios volcán, buscaban ansiosos un amo que los protegiera. A cambio servirían a los hombres utilizando los conocimientos que Toba les regaló con su nacimiento. A partir de este cuello de botella se fueron multiplicando bajo el paraguas del hombre hasta llegar a superarlo en una proporción de tres a uno. El hombre por su parte lo adoptó como la más amada de sus mascotas.

No puedo esperar ni un día más, pensaba para sí Colmillo de León. No después de lo que he descubierto. Lo que llevaba en la bolsa iba a revolucionar su mundo pero él no lo sabía. En sus viajes al soleado continente del sur había estudiado a los primates y sus descubrimientos lo habían impresionado. Nunca había sido supersticioso, pero el reciente maremoto en el mar de Toba no solo había segado las vidas de miles de lugareños. El ambiente estaba muy crispado y una revelación como aquella podía ser tomada por una herejía. Tendría que andar con cuidado, pero el entusiasmo se impuso sobre la prudencia.

El cráneo no era especialmente relevante, pero sí los instrumentos líticos que lo acompañaban. Aquel era un “Homo faber” más antiguo que los subhombres de Toba, pero morfológicamente idéntico. Era la prueba irrefutable de que el subhombre no era un regalo que Toba le había hecho al hombre. Más bien Toba era la excusa que su especie había utilizado para esclavizarlo desde hacía 65000 años. Las revelaciones no acababan ahí. Aquellas herramientas eran mucho más avanzadas que las de sus coetáneos. Y habían sido elaboradas a miles de kilómetros de distancia cuando aún no se había producido el primer contacto.

-Tonterías… -respondió su director de tesis- Los subhombres son significativamente inferiores al hombre verdadero.

-No siempre fue así –trató de defenderse Colmillo de León-. Llevan miles de años sometidos a la selección artificial. Actualmente son solo una sombra de lo que llegaron a ser.

-Mira hijo –su maestro adoptó el acostumbrado tono paternalista que lo desquiciaba-. Solo un puñado de subhombres son capaces de leer. Y solo excepcionalmente hay alguno que aprende a escribir. Sin la ayuda del profeta, habrían muerto de hambre y sed en las mismísimas laderas del Dios volcán.

-Pero es que este cráneo nunca salió del continente soleado –Colmillo de León no pudo evitar alzar la voz-. ¿Es que no lo entiende? Este subhombre vivió cientos de años antes del evento Toba…

-Tenga cuidado… -el rostro del director se ensombreció y sus gruesas y protuberantes cejas se espesaron aún más- Está usted coqueteando con una herejía.

-No es una herejía. Es la verdad. Toba no es más que un volcán… Una montaña de fuego como cualquier otra. Sin embargo este cráneo… -sujetó con ternura aquella calavera de rasgos suaves pero inquietantemente humana- es un hecho.

-No puedo aceptar su trabajo sin consultar antes con los colegas de departamento –la enorme nariz del director dejó escapar un bufido-. Pero créame. Si sus afirmaciones son ciertas, puede estar seguro de que contará con nuestro apoyo.

La única copia de su manuscrito y todas las pruebas fósiles que había logrado reunir permanecieron bajo la custodia del Instituto. Esa tarde volvió a su apartamento. Agotado por la tensión del momento Colmillo de León no tardó en caer en un sueño profundo. Su asistente, uno de los pocos subhombres que podía leer y escribir, lo cubrió con una fina manta. Lo había ayudado a terminar a tiempo la copia que entregó al director y en el proceso hizo algo más que reproducir los pensamientos de su amo.

***
Un año después, cuando los últimos restos de Colmillo de León aún humeaban en el patíbulo, miles de copias de su obra circulaban clandestinamente por las calles de Ombligo del Mundo. Los subhombres se las leían los unos a los otros, socavando de este modo los cimientos de la civilización que había condenado a la hoguera a su primer científico. Su estudio basado en los hechos se convirtió para ellos en una religión de liberación. Ya no eran esclavos ni niños. Su lectura los había revelado como lo que realmente eran: hombres sabios, homo sapiens.