jueves, 23 de abril de 2009

Historia de ProBidus

Aquí os presento un fragmento de mi saga. Forma parte de un relato que estoy escribiendo para un concuro, así que no creo que importe mucho que leáis sólo un pequeño porcentaje.

“Por el crimen cometido deberías pagar mil veces con tu vida…”. NeBulus rememoraba una y otra vez las palabras de su padre mientras utilizaba su tentáculo de defensa a modo de porra. En qué me he convertido, pensaba mientras descargaba su frustración contra el grueso casco del carguero espacial. El ruido se propagó amplificado por la estructura de la enorme nave advirtiendo así a su compañero, quien se descolgó algunas horas después por allí para interesarse por su estado. ProBidus sabía lo mucho que se molestaba su amigo cuando lo visitaba sin avisar en su lado de la nave. A pesar de ello, el largo paseo compensaba el desdén con el que iba a ser recibido. Para un beBaloBius como él, sólo los frondosos bosques tridimensionales de ILO podían competir con la ingravidez del espacio. ProBidus se encontraba feliz flotando libremente en gravedad cero. En este medio ambiente, sus seis parejas de tentáculos de desplazamiento se abrían en abanico permitiéndole una libertad de movimientos de la que sólo podía disfrutar en los bosques de su planeta natal. Habían robado una de las mejores naves del Gremio de Contrabandistas, sin duda alguna un golpe audaz. Aunque algo menos meritorio, reconocía para sí, si tenemos en cuenta que habían engañado a sus propios hermanos. Pero eran beBaloBius, contrabandistas, piratas del espacio. Famosos por sus acciones inesperadas. Impredecibles. Los últimos seres libres de la galaxia. Que Nebulus y él tuvieran el mayor negocio de la historia entre los tentáculos era razón suficiente para robar sin dudarlo a un señor de la Guerra o incluso a la mismísima Cofradía. Pero al parecer robar una nave de tu propia familia estaba resultando insoportable para su amigo. Mientras estos pensamientos rodaban por su cerebro principal, los ojos de los tentáculos sensoriales no podían dejar de fijarse en la hermosa estructura de aquella nave hecha de piedra y materia orgánica. Lloró de felicidad por culpa de su hipersensible centro de emociones y disfrutó de ello. Al mismo tiempo, su cerebro secundario trataba de aguarle la fiesta de nuevo, bombeando en su sistema nervioso general un sutil pensamiento de culpa. Obediente, ProBidus cerró la mayor parte de sus ojos y a cambio obtuvo un goce mucho más tranquilo.

martes, 14 de abril de 2009

El niño que hablaba con los gusanos

Algunos niños, ya sea por aburrimiento o por miedo a quedarse solos, se imaginan un amigo invisible que les hace compañía durante los primeros años de la infancia. Una vez ingresan en el sistema educativo, el proceso de desmagificación del mundo al que los someten los adultos borra en ellos todo recuerdo de ese amigo imaginario. Al final la religión y sus misterios son el último reducto en el que se refugia la imaginación humana, sometida a la tiranía compartida de la fe y la razón. Éste es un camino que todos recorremos con mayor o menor fortuna y cuyo final no es otro que la edad adulta. Kovaliev, por el contrario, había tomado un sendero diferente sin saberlo, descubriendo para la humanidad todo un universo nuevo.

El amigo invisible de Kovaliev no le abandonó cuando éste entró por primera vez en el colegio y tampoco lo hizo cuando salió de él. Las conversaciones a viva voz dejaron paso a un discreto diálogo interno, lo que le permitió pasar desapercibido y evitar así las crueles bromas de la adolescencia. Kovaliev no se atrevió a presentar a su amigo al mundo hasta que estuvo seguro de que aquello no era una enfermedad mental. Como psiquiatra de prestigio obtuvo por fin el reconocimiento necesario para conseguir que la humanidad aceptara su asombroso descubrimiento.

Ni somos los primeros ni somos los únicos seres inteligentes que habitan este planeta. Los nematodos como su amigo, esos seres diminutos que viven en nuestro intestino, son la materia prima del alma humana. La razón de la conciencia. Pero sólo cuando morimos podemos verlos. Comiéndonos. Devorando nuestra carne y nuestros huesos.

viernes, 10 de abril de 2009

Confesiones de una farola

Levantarme a la hora que me venga en gana es hasta ahora el mayor éxito de mi vida. Es una lástima que no sea mucho de dormir, pues me despierto todos los días antes de que salga el Sol. Mi relación con el mundo de los sueños es problemática, pero no siempre ha sido así. Recuerdo vivamente mi infancia y cómo la hora de irse a la cama era el mejor momento del día. Por aquel entonces en uno de los dos canales de la tele emitían una serie que iba a cambiar mi vida, “El Gran Héroe Americano”. Juntos aprendimos a volar.

Mis primeras lecciones de vuelo las llevé a cabo en la misma acera de la calle donde me crié. Daba tres largos pasos, como si estuviese dispuesto a participar en una competición de triple salto, y entonces echaba a volar. Aunque los resultados eran muy pobres al principio. Como mucho conseguía llegar hasta la otra esquina y apenas me elevaba medio metro del suelo.

Treinta años después sigo volando en sueños, aunque éstos son en su mayoría pesadillas. Lo hago bastante mejor que entonces y creo que la razón radica en que he perdido el miedo a estrellarme contra el suelo. Mis sueños son tan lúcidos y entretenidos que no entiendo cómo no me paso la mayor parte del día durmiendo, yo que puedo. La vida real, en cambio, es previsible, segura y carece de todos los estímulos que uno encuentra en una buena pesadilla.

En un sueño somos capaces de lanzarnos al vacío. Decimos verdades como puños y nuestras acciones reflejan la auténtica naturaleza de nuestros sentimientos. En un mundo así es imposible aburrirse. Supongo que por eso me levanto todas las mañanas de un salto, como activado por un resorte. Ingenuo de mí, imagino que la vigilia va a ser tan estimulante como el sueño. La vida real se encarga a las pocas horas de ponerte en tu sitio.

Mi vida no es mala, es simplemente anodina. La pura existencia de la cosa es, por el contrario, absolutamente maravillosa y por eso me limito a ver la vida pasar. Algo tan simple como el musgo del camino vive con más intensidad que la mayor parte de los seres humanos del planeta. Contemplar este hecho compensa en gran medida la aburrida realidad de la vida cotidiana. Estamos tan ocupados en imitar a los animales que olvidamos que la imaginación es una facultad exclusivamente humana. Así pues, pasamos la mayor parte de nuestras vidas más pendientes de llenar el mundo de críos que de disfrutar de su belleza. Olvidamos que si estamos aquí es para dar cuenta del mundo, para admirarlo, para ser conscientes de su pura existencia.

Falto de estímulos apropiados, con el paso de los años me estoy convirtiendo en una farola. Estático y contemplativo, me limito a alumbrar un camino que soy incapaz de recorrer.

domingo, 5 de abril de 2009

Valor y sacrificio

En otoño de 2002 visité Corea del Norte por primera y última vez. Había sido contratado por la Vaha Oil a través de un contacto chino. El trabajo era sencillo y estaba bien pagado, pero lo que me animó a aceptar la oferta fue la curiosidad. Siempre he sido un hombre de izquierdas, pero profundamente anticomunista. En esa época el regimen de Pyonyang era el último baluarte del comunismo real, ya que nunca consideré a Cuba un auténtico país comunista. En realidad, aquello siempre fue una fiesta continua, con putas y todo. No me lo pensé dos veces. Era joven e imprudente así que antes de que pudiera arrepentirme me embarqué con mi contacto chino rumbo a Pekín. No quería perderme el espectáculo del experimento social más ingenuo de la historia de la humanidad.

Lo primero que me extrañó a mi llegada a la capital china fue el recibimiento. Fuimos recogidos por un vehículo militar a pie de pista. Si no hubiera sido por mi contacto, más que orgullo habría sentido miedo. Por el contrario, todo temor desapareció una vez que pude comprobar que era el mismísimo gobierno chino el que me había contratado y que nada malo podía sucederme durante aquella aventura. Comimos frugalmente en la zona vip del aereopuerto y después nos subimos en un mercedes blindado que nos llevó a la frontera. ¡Estaba cruzando china por carretera a bordo de un auténtico coche diplomático! Aquello no estaba mal para un chico de provincias como yo.

Lo duro comenzó una vez llegamos a la frontera. Mí amable contacto chino y mi escolta militar se despidieron de mí y me expicaron que a partir de ese punto se ocuparían de mi seguridad las autoridades norcoreanas. Casi me echo a llorar allí mismo. No esperaba que ningún coreano hablase español, pero sí al menos un inglés fluido. Sólo pasaron un par de horas cuando me dí cuenta de que me había metido en un buen lío.

Al día siguiente me llevaron al lugar de prospección. La maquinaría empleada era obsoleta y las condiciones de trabajo terribles, sin embargo todo aquello era compensado por la excelente organización. Una multitud de peones se reunía alrededor de la anticuada torre de perforación. Todos sonreían al verme pasar y me dedicaban un amago de reverencia. ¿Para qué demonios me quería esa gente allí si parecían tener de todo?. De repente un alarido desgarrador me sacó de mis pensamientos. Una bola de fuego se elevó por la estructura de la torre hasta disiparse en lo alto como si de un cohete pirotécnico se tratara. Al espectáculo de fuego se unió el grito de júbilo de la multitud, que a duras penas podían apagar los alaridos que provenían del interior de la torre. Entonces la fila de peones se movió. Al primero de ella parecía haberle tocado la lotería, pues era felicitado por los que tenía inmediatamente detrás, que lo apremiaban al mismo tiempo para que subiera las escaleras que daban acceso a la torre. La comitiva que me acompañaba me invitó a acercarme a la escena. Al parecer esa era la razón por la cual yo estaba allí. Nos situamos en lo alto de una atalaya formada por un montón de arena, justo a tiempo para ver como el afortunado coreano de la fila se aferraba a la maquinaria de la torre y comenzaba a perforar.

Estaba a punto de decir algo acerca de las medidas de seguridad cuando se produjo una nueva e inevitable explosión. El joven norcoreano había despertado una de las pequeñas bolsas de gas que se forman por encima de los depósitos de crudo. La llamarada lo alcanzó de lleno pero él seguía perforando, sonriendo mientras se quemaba vivo. Cuando por fin la broca atravesó la bolsa de gas el infierno cesó y las asistencias pudieron acercarse. El joven había sufrido graves quemaduras y sin embargo parecía feliz.

-¿Por qué está tan contento? -le pregunté a mi intérprete en inglés-. Acaba de sufrir un accidente laboral gravísimo... Dudo mucho que sobreviva a esas quemaduras.

-Es feliz porque ha encontrado petróleo -me respondió a duras penas- Sabe que recibirá un salario extra por ello, al igual que todos aquellos que le siguen en la fila. Su familia no morirá de hambre este invierno.

Doce hombres se quemaron vivos aquel día y dudo mucho de que alguno sobreviviera. Aparte de sus alaridos de dolor, sólo hay una cosa que no puedo olvidar de aquel viaje. Eran las sonrisas de felicidad de aquellos rostros sin rasgos. Nunca más he vuelto a burlarme del valor y la capacidad de sacrificio de un hombre. Sin embargo desde aquel día aborrezco cualquier ideología, sobre todo aquellas que defienden la Verdad con mayúsculas como principio supremo de la acción.