jueves, 24 de diciembre de 2009

La realidad está sobrevalorada.

"La realidad está sobrevalorada"

...y la Navidad es un asco, podríamos añadir.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Cefeidas



Perseverancia,

Josep Martin Brown ha publicado "El eslabón perdido" en Cefeidas, VVAA, Editorial Mandrágora, 2009.



Esta es la web de la editorial:

http://www.mandragora.es/index.php

Podéis comprarlo vía mail. Basta con teclear en el buscador "Cefeidas Mandragora".

También lo venden en la FNAC

Hacía mucho tiempo que no sentía ese cosquilleo maternal del autor que contempla a su hijo a la cara por primera vez. Tantos meses en vientre de uno... En mi primera época de escritor tuve experiencias parecidas, solo que ahora las disfruto con la tranquilidad propia de la madurez. Además, el hecho de alejarme del realismo y utilizar seudónimo me evita la recreación de muchos traumas. Por lo que el parto ya no es una cuestión agridulce.

En Cefeidas comparto escena con otros 12 autores. Qué pequeño se siente uno al lado de tantos grandes del género... Mi contribución, "El Eslabón perdido", corresponde al prólogo de mi primera novela de CiFi: "Azul y Luna", todavía inédita. En estos momentos estoy totalmente sumergido en la composición de mi segunda novela. Originariamente Azul y Luna tenía dos prólogos. El primero, "Historia de NeBulus" se ha hecho mayor y se ha independizado. A partir de él ha surgido una gran aventura de piratas del espacio... Supongo que en el plazo de 12 meses tendré terminado el primer borrador. Ojalá algún editor se anime de una vez a publicar Azul y Luna, pues lo que estoy escribiendo ahora es su continuación. En resumen: una novela negra para comenzar la saga y una aventura espacial para continuarla.

Volviendo a Cefeidas, este es el plantel:

• JOSÉ VICENTE ORTUÑO & HERNÁN DOMÍNGUEZ NIMO - EL JALEO

• JOSEP MARTIN BROWN - EL ESLABÓN PERDIDO

• ANTONIO J. CEBRIÁN - ALIMENTO DESHIDRATADO GOLDRUM

• ÓSCAR CUEVAS VERA - LOS ÁNGELES CELESTES

• CLAUDIA DE BELLA - PLANETAS DE PAPEL

• ERNESTO FERNÁNDEZ GONZÁLEZ - MERCENARIO

• RAMÓN MUÑOZ - HACIA EL SURVILLIÓN

• JUAN PABLO NOROÑA - HERMANO CÓSMICO

• NANIM REKACZ - LOS MIGRANTES

• YOSS - TRABAJADORA SOCIAL

• TRANSCRIPCCIÓN LITERAL - JORDI BONET

• MUÑECAS RUSAS - SERGIO GAUT VEL HARTMAN

Compradlo, leedlo y decidme si merezco tan insigne compañía.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Tierra de leyendas VII

Como lleva mucho tiempo parado a espera de publicación, y como lo spropmotores nos han dado permiso, subo aquí el relato que presenté al TDL VII.
Es entretenido y hace gracia.

Y corto.

Espero que os guste.

EL ÚLTIMO HOMBRE

Recuerdo ver, cuando era joven, a los viejos paseando bajo el sol ayudados por sus bastones. Parecía una caravana de condenados a muerte. Ya no hay hombres viejos en la Tierra, si nos olvidamos de mí, claro está.

Las personas –así es cómo les gusta ser llamadas ahora, sólo personas- siguen obsesionadas con la prolongación de la vida, sin embargo nunca han reparado en mí y en el milagro que yo significo. Puedo decir, en la víspera de mi ciento cincuenta cumpleaños, que soy el último hombre vivo que ha hecho el amor con una mujer. En realidad, hace más de una generación que un hombre y una mujer no copulan. Sí, copular. Porque eso es lo que hacen el resto de los animales para reproducirse. A veces pienso que a las personas no les ha gustado nunca el sexo, que sólo lo hacían conmigo por curiosidad. Sin embargo es difícil mantener este prejuicio después de leer la obra de Victoria Kazikowski, “Arqueología del empalamiento”. A las personas les gusta el sexo, pero entendido a la nueva manera.

Mi madre tuvo que pasar por una evaluación psiquiátrica para convencer al comité de natalidad de que su decisión de concebir un hijo varón por métodos tradicionales no era subversiva. Le advirtieron que probablemente su hijo llevaría una vida de soledad y marginación social, y no se equivocaron.

Crecí en un periodo de transición rodeado de mujeres, perdón, de personas, las cuales no tardaron en aventajarme en todos y cada uno de los aspectos de la vida. En realidad, las diferencias entre nosotros no se hicieron evidentes hasta que en octavo curso entré de lleno en la pubertad. Durante ese año mis compañeras de clase tuvieron su primera y última menstruación, mientras que a mí me crecía el pelo por todas partes y mi voz se iba haciendo cada vez más grave. Fue el año más feliz de mi vida. Estaba en la plenitud de la adolescencia y me encontraba rodeado de mujeres jóvenes y llenas de curiosidad. Fue una ilusión maravillosa. Hasta que alguien me consideró una amenaza y acabé mis estudios en el despacho de unos de los últimos profesores.

Casi medio siglo antes de que yo naciese, en la primavera de 2007, se comercializó en los antiguos EEUU el primer anticonceptivo femenino que suprimía la regla. Fue un fracaso total que apunto estuvo de llevar a la bancarrota a una de las compañías farmacéuticas más grandes de la época. Al menos hasta que se descubrieron algunos efectos secundarios inesperados. Al principio el miedo a lo nuevo y los prejuicios hicieron que el anticonceptivo se hiciera con una cuota de mercado ridícula, sin embargo las pocas mujeres que habían apostado por él comenzaron a notar en ellas algunos cambios que sólo podían ser perceptibles a largo plazo. El primer efecto secundario detectado consistía en que el envejecimiento natural de la piel se ralentizaba y, en unos pocos casos, se detenía por completo. Cuando se supo esto la patente del producto había caducado, de tal manera que los pequeños laboratorios pudieron comercializar genéricos que, sin embargo, ya no eran vendidos como medicamentos, sino como productos de estética. Las mujeres jóvenes comenzaron a consumir este supresor de la regla pensando en su cutis, sin embargo las consecuencias del consumo prolongado y sistemático de este inhibidor de la menstruación iban más allá, mucho más allá. Fue en la segunda generación cuando los científicos estuvieron en condiciones de afirmar que habían encontrado el cáliz de la vida eterna. Los supresores de la menstruación, afirmaban, ralentizaban el envejecimiento al revertir en beneficio de la mujer las energías dedicadas a la gestación. Bueno, en realidad no dijeron eso exactamente, simplemente abrumaron a la opinión pública con una marea de datos y fórmulas que muy pocos pudieron entender pero que transmitía claramente el siguiente mensaje: “papas, si queréis que vuestros descendientes vivan mil años, no tengáis hijos varones”.

“Papas…” Ahora ya nadie utiliza términos tan sexistas. Si nos olvidamos de mí, actualmente la raza humana está formada únicamente por mujeres eternamente jóvenes y completamente insatisfechas. Sin embargo la ausencia de varones no significa que no nazcan más niñas. Concebir una niña se ha convertido en algo imposible sin la ayuda de la tecnología, pero esto no quita que el nacimiento de un nuevo ser humano no siga siendo un hecho cotidiano. Hace faltan falta nuevas generaciones porque las mujeres, aunque son eternas, también enferman y mueren a causa de los accidentes.

Ahora, en mi lecho de muerte, mientras evoco la caravana de viejos y viejas que caminaban apoyados en sus bastones, me pregunto por qué a los varones no se nos dio la oportunidad de disfrutar de la eternidad. La mayor parte mis compañeras de estudio siguen vivas y casi no han cambiado en ciento cincuenta años. La razón de esta desigualdad radica en que desde el principio pocos científicos se preocuparon por aplicar los nuevos descubrimientos a la fisiología de los varones. Muy pocos. Aunque hubo algunos bioquímicos, la mayor parte de ellos con hijos varones de corta edad, que durante los primeros años de aquella transición sí se aplicaron en el intento. Pero sin resultados. Las futuras madres, mientras tanto, o no tenían tiempo o no querían arriesgarse a ver cómo su hijo varón envejecía y moría antes que ellas, de tal manera que comenzaron a dar a luz única y exclusivamente a niñas. Excepto gente como mi madre y un puñado de mujeres más.

En realidad no fue tan malo ser varón en un mundo poblado casi exclusivamente por mujeres jóvenes. Nunca me faltó el dinero ni la compañía. Las mujeres de la alta sociedad pagaban mucho por acostarse con alguno de los pocos hombres que conservaban la virilidad. Si pudiera retroceder en el tiempo y corregir algunos errores… El dinero fácil que proviene sólo del atractivo físico tiene fecha de caducidad. Me sentía como un Kent, como un juguete de plástico en manos de mujeres poderosas, pero no era consciente de ello. Sólo cuando la vejez comenzó a amenazarme me di cuenta de lo trágico de mi destino. Pocos años después, mirarme resultaba ya tan repulsivo que casi nadie era capaz de permanecer mucho rato a mi lado. La humanidad había olvidado la belleza solemne de la vejez y las personas, cuando me contemplaban sentado al sol, ya no veían en mí a una proyección de sí mismas en el futuro, porque se sentía asqueadas por lo que consideraban una deformidad. Poco a poco fui quedándome solo. Afortunadamente mi madre aún vivía por aquellas fechas y cuidó de mí como si fuese su abuelo. Fue muy triste para ella. Pero eso no justifica su suicidio.

Desde que se mató estoy totalmente solo. Como esos viejos cuyos seres queridos dejaban abandonados antaño y que sólo se acordaban de ellos a la hora de repartir la herencia. Si no fuera por la gente de la universidad que me descubrió, me habría muerto de hambre y asco. Sé que estas mujeres sólo ven en mí a un sujeto de estudio y que, aunque intenten mostrarse amables conmigo, comparten a mi lado mis últimos días para poder registrar cómo me voy apagando poco a poco. Katrina me ha animado a que escriba mi historia y al hacerlo me he dado cuenta de que éste va a ser mi testamento. No es mucho, pero al menos es suficiente para captar la atención de estas hermosas jóvenes que me atienden. A fin y al cabo era lo que más ansiaban aquellos viejos que paseaban bajo el sol, no ser definitivamente olvidados.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Tierra de leyendas VIII

Mi participación en el Tierra de Leyendas VIII ha sido desastrosa.
Menudo bajón.
De 53 he quedado el 42, cuando el año pasado quedé el 12 de 72.

A continuación subo el relato que ha sido destrozado por un jurado formado por los propios autores que participaban en el concurso -esta es una de las características que hacen del TDL un concurso único.

Es un relato muy querido que contiene muchas de mis obsesiones. Quizá demasidas.
Os agradecería que me diérais vuestra sincera opinión al respecto.

SEÑOR GUSANO

Estoy muerto y voy camino del paraíso.

Me elevo por el aire dejando atrás mi cuerpo enfermo. Desorientado, al igual que mi tatarabuelo Juan Pablo I cuando partió con un puñado de numerarios a bordo de la nave Camino. Guiados por Dios en busca de la tierra prometida. Puedo escuchar la hermosa voz del Creador hablándole a mi alma. Yo también he dejado la vida atrás y voy al encuentro de los que amo. Mi mujer, mi hijo reclamado por nuestro Señor cuando todavía no había aprendido a caminar... Incapaz, como tantos otros niños muertos, de adaptarse a esta espantosa dieta vegetariana. Fue la voluntad de Dios quien nos guió hasta este planeta desolado. ¡Oh verde Jerusalén donde sólo sobreviven la hierba y un puñado de colonos del Opus Dei! Ojalá hubiéramos traído con nosotros algunos animales de pasto. “Nuestro Señor no quería que volviéramos a probar la carne, por eso nos guió hasta Jerusalén”, decía mi sabio abuelo Juan Pablo III. Supongo que si tampoco era voluntad de Dios que conserváramos el radiotransmisor –pensaba irónico-, no hubiera hecho falta que lo destruyera deliberadamente nuestro primer prelado. “Nuestro Señor no quiere que volvamos a mezclarnos con los paganos, por eso ninguna nave ha venido a visitarnos desde que llegamos a Jerusalén”, decía mi testarudo padre. Eso es cierto. Es un milagro que después de tantos años aún no nos haya invadido una colonia de granjeros. Este planeta podría alimentar a miles de millones de cabezas de ganado...

Los recuerdos de la vida anterior de Juan Pablo V se fundían en su mente con la hermosa voz de Dios. Su alma se había elevado tanto que su cuerpo tumbado boca arriba en la hierba apenas era ya un punto en el océano verde. Sintió el júbilo del creyente cuando vislumbró las doradas puertas del paraíso. Era tal y como lo había imaginado desde niño, cuando en las interminables jornadas de siega mataba el aburrimiento visualizando su propia muerte y ascenso al reino de los cielos. Ahora estaba a punto de disfrutar de la recompensa de toda una vida de sacrificio y oración.

Nada más sus pies tocaron el mullido suelo de nubes comenzó a mirar entorno buscando a su mujer y a su hijo. Estaba convencido de que se habían acercado a las puertas del paraíso para recibirle. Tenían que estar allí porque desde que murieron no había dejado de soñar con ese momento. Una suave brisa levantó el velo de nubes y entonces, al igual que en esa escena tantas y tantas veces imaginada, pudo ver a su mujer llevando a su hijo en brazos. Se acercaban marchando, casi corriendo. En su ensoñación se había visto a sí mismo caminando a su encuentro. Pero en ese instante, paralizado por la felicidad, no fue capaz de moverse.

Cuando abrazó a su mujer rompió a llorar. Miró a su hijo, que aparentaba tener la misma edad que el día de su muerte, solo que no parecía enfermo de disentería, sino saludable. Le extrañó que no hubiera crecido nada en los años que llevaba en el paraíso, pero no tanto como el olor de su mujer. No recordaba cuál era el aroma de su pelo, sin embargo ese suave perfume no le resultaba en absoluto familiar. Pero en ese momento no le dio importancia pues se sentía completamente dichoso.

Los días fueron pasando. Había retomado su vida en el punto en el que la felicidad lo había abandonado. Se percató de que la vida después de la muerte no era mejor de lo que había soñado. Era exactamente igual y eso la hacía perfecta. Porque podía ver crecer a su hijo. No sabía si lo hacía rápido o despacio, pues el tiempo no importaba en el paraíso. Pero estaba seguro de que en el periodo que llevaba allí había cumplido los deseos frustrados de una vida terminada. Sin embargo algo no encajaba del todo. No veía a Dios por ningún lado y su hermosa voz había desaparecido de sus pensamientos tan pronto como se reunió con su familia. Hasta que en un determinado momento recordó que desde la muerte de su hijo no había vuelto a pensar en el Creador. Mientras estuvo vivo había imaginado infinidad de veces cómo era el paraíso en el que se reuniría con su familia, pero nunca se atrevió a hacerse una idea de Dios. Se sintió profundamente culpable al reconocer que el amor hacia su familia le había hecho olvidar a Dios. Y entonces se puso a buscarlo en todos y cada uno de los rincones del paraíso, desesperado porque la búsqueda era infructuosa. ¿Dónde se escondía Dios?

Finalmente su alma se derrumbó ante esta ausencia injustificable y sucumbió a la tristeza. Estaba solo en el paraíso con una familia que comenzaba a difuminarse. A los pocos días se vio rodeado únicamente de nubes, pues también ellos habían desaparecido. Sumido en la más absoluta depresión, dejó incluso de buscar a Dios y se acurrucó en un rincón haciéndose un ovillo. Se durmió, pero ya no soñaba y se dio cuenta de que se aburría. El paraíso soñado tantas veces por Juan Pablo V se parecía cada vez más al infierno verde de Jerusalén. Sólo que aquí el océano de hierba había sido sustituido por un mar de nubes.


Al séptimo día Dios en persona se presentó ante él adoptando la forma de un gigantesco gusano. Su boca se alzaba a seis metros del suelo y a través de la circunferencia de dientes pudo vislumbrar mucha tierra dentro, tanta como la que se necesita para cavar la tumba de un hombre. Aquello no lo había imaginado antes. Y si no se asustó fue porque volvía a escuchar la palabra del Señor que lo tranquilizaba. El Señor Gusano le habló de nuevo directamente al alma. Le contó cómo el Sol que iluminaba la Tierra había sido destruido al poco de partir la nave Camino. Que la raza humana estaba al borde de la extinción y que los que habitaban la superficie de Jerusalén eran los últimos seres humanos del universo…

Jerusalén, el planeta hueco. Las cinco generaciones de seres humanos que han pisado tu superficie le han enseñado mucho a la raza de gusanos telépatas que habita en tu interior. Gracias a ellos saben que no están solos en el universo y que el mundo se extiende más allá de la tóxica capa de hierba. Incluso a través de los metros de roca que los separan, los pensamientos de los humanos son transparentes a la evolucionada colectividad de la mente colmena. A través de los ojos de esos seres de la superficie, su ciega especie pudo vislumbrar por primera vez el universo visible. Y como agradecimiento decidieron hacer a los últimos miembros de la raza humana un sorprendente regalo que, si bien no podía cambiar el triste destino de su especie, podía al menos paliar su pena. En su mente colectiva los gusanos reservaron un espacio para que cada uno de los humanos que fallecía tuviera a partir de entonces un lugar al que ir después de la muerte.

Sin embargo ese paraíso artificial no funcionaba igual en cada uno de los individuos. Casi todos los humanos de la superficie habían sido en vida unos fervientes creyentes en la Trascendencia. Una fuerte convicción, la fe, guiaba sus vidas. Tras la muerte de una persona, la colectividad de la mente colmena escudriñaba todo el contenido de sus pensamientos y generaba una copia que incorporaba a su propio mundo. Aplicaban con los seres humanos el mismo procedimiento que utilizaban con los suyos para conservar la esencia del grupo. Sin embargo pronto se dieron cuenta que las mentes de ambas especies no funcionaban de la misma manera. El inconsciente humano era inabarcable y su reflejo generaba anomalías en la copia, que nunca era exactamente igual que el original. En los casos más extremos, como el que ahora ocupaba a Juan Pablo V y al Señor Gusano, la única solución posible era un borrado total y el reinicio del proceso. Pero para ello era necesario consultar antes con el sujeto, quien no siempre era capaz de aceptar que Dios no existía y que el paraíso era una recreación onírica de la colonia de gusanos.

El Señor Gusano reconocía el carácter extraordinario de su trabajo. Era uno de los pocos autorizados a establecer contacto directo con los humanos. Aún así, le resultaba imposible adivinar cuál sería la reacción de cada sujeto ante la magnitud de tal revelación. De cualquier manera seguía sin comprender cómo una raza tan sumamente limitada por las supersticiones había conseguido construir una nave capaz de abandonar su planeta original. Es más, ningún gusano era capaz de entender qué necesidad tenían de hacerlo ni el porqué de la mayor parte de las preguntas que guiaban sus vidas.

martes, 20 de octubre de 2009

La cigarra y la hormiga

El siguiente cuento es frtuo del impulso de los colegas del foro tierra de leyendas, de sedice.
http://www.sedice.com/modules.php?name=Forums&file=viewtopic&t=38782

El reto era escribir un relato inspirado en un cuento clásico.
A mí me ha salido esto:


LA CIGARRA Y LA HORMIGA
Kokio - Josep Martin Brown

El primer encuentro de un ser humano con una civilización extraterrestre se pierde en la memoria de los tiempos, mucho antes de la Edad Oscura. De los cuentos y leyendas surgidos a partir de este primer contacto pueden extraerse un puñado de verdades. Como por ejemplo que los cicaDos eran unos seres despreocupados y hedonistas. Que estaban llenos de alegría y de amor por la vida y que creían en el Destino.

Se han vertido sobre esta extinta raza tantas mentiras, que no podemos fiarnos de los testimonios de sus verdugos. Ni la Enciclopedia Galáctica, ni las recién recuperadas Crónicas de la Guerra de CicaDia hacen justicia a la verdad. Desde el comité de edición de esta recopilación de Cuentos de la Edad Oscura, queremos destacar la relevancia del relato del Capitán Sam Maniego. Suyo es el primer cuento espacial. Y aunque abundan los críticos que afirmarán que este relato es apócrifo, no se nos ocurre mejor manera de empezar esta compilación que con un extracto de las crónicas del primer encuentro extraterrestre.


Los Viajes de Capitán Sam Maniego.
Cap. 2.8.9
De los cicaDos y los forMidas: de cómo los primeros fueron mutilados por los segundos y el destino que les aguardaba a los ingratos forMidas.

¡Qué felices eran los cicaDos en su planeta natal! El sol brillaba alimentando con su luz a las colonias de algas que vivían en las membranas de sus alas. El futuro no les preocupaba, pues mientras su estrella siguiera brillando en el cielo, ningún cicaDo podría morir de hambre. Se pasaban el día cantando canciones y componiendo aforismos sin el más mínimo sentido. La existencia era sencilla y no cabía entre ellos ninguna competencia. Si alguna vez la evolución ha dado lugar a un diseño perfecto, ese era sin duda el exoesqueleto fotosintético de los cicaDos. Durante millones de años fueron la única especie inteligente de su planeta natal. Hasta que aparecieron los forMidas.

El invierno de la alegre existencia de los cicaDos llegó con estos laboriosos y diminutos seres. Durante eones habían corrido entre sus patas recolectando sus excrementos para almacenarlos en las colmenas subterráneas. Una vez allí, las forMidas granjeras lo utilizaban como nutriente para sus cultivos de hongos, de los que se alimentaba todo el forMidero. Vivir a la sombra de las alas verdes de los cicaDos permitió a los forMidas llevar una vida próspera, pues ningún depredador osaba interrumpir el hermoso canto de los gigantes alados. Y mientras la vida extática de los cicaDos continuaba sin apenas cambios -pues estos no eran necesarios-, los forMidas se fueron volviendo cada vez más grandes y más sofisticados. Aumentó su tamaño y también lo hizo su inteligencia. Se volvieron cada vez más disciplinados y activos, hasta el punto que se convencieron de que todo el poder residía en la voluntad.

El primer cicaDo que fue víctima de la voluntad de las forMidas acabó descuartizado, con sus alas convertidas en granjas de algas al aire libre. Las ambiciosas forMidas habían descubierto una nueva fuente de alimento. Poco a poco, de los forMideros fueron surgiendo círculos concéntricos de alas cercenadas. Allí donde se alzaban, desaparecían los rebaños de cicaDos cantores. En la cúspide de su prosperidad, los forMideros y las granjas de algas cubrieron casi toda la superficie del planeta llevando a los cicaDos al borde de la extinción. Sólo unos pocos sobrevivían a duras penas en las tierras emergidas de las ciénagas, donde el suelo era demasiado fangoso para las galerías de los forMidas.

Y entonces, cuando parecía que el intelecto y la voluntad de poder había derrotado al maravilloso diseño de los cicaDos, el Destino, quizá para darle la razón a algunos de sus aforismos, se alió con los gigantes alados. Las granjas subterráneas de los forMideros, sin el suministro constante de excremento de cicaDo, comenzaron a arruinarse. Solo las granjas de algas al aire libre separaban a los forMidas de una terrible hambruna. Los círculos concéntricos de alas de cicaDo fueron sustituidos por sofisticados cultivos en cuadro. Parecía que los forMidas iban a superar otra dura prueba con la sola ayuda de su ingenio y su voluntad. Pero entonces llegaron los depredadores. Y los cicaDos ya no estaban allí para protegerlos con su canto.

Miles de años después los rebaños de cicaDos volvieron a colonizar las tierras altas. De los forMideros solo quedaban ya los túmulos. Y de los forMidas unos pocos aforismos que narraban su destino y que le fueron transmitidos a este viajero…



Capitán Sam Maniego.
De los Viajes de Capitán Sam Maniego.

domingo, 2 de agosto de 2009

La novela

Soy un ser disperso y como tal tiendo a perder el hilo. Más que a un árbol, mi discurso se asemeja a un arbusto. Por eso creo conveniente clarificar la estructura de mi saga y las razones que me han impulsado a concentrarme en un proyecto tan arriesgado como este. Arriesgado porque me dispongo a dedicar los próximos años de mi vida a la elaboración de una saga. Arriesgado porque su temática no se acerca a la novela negra ni al género histórico, aunque mama de ambos. No. Es una saga de ciencia ficción. Un género tan denostado en España como lo es la novela erótica.

Quizá por ello prefiero escribir con un seudónimo tan ambiguo como el de Josep Martin Brown. Estoy seguro que muchos lectores prefieren nombres anglosajones a la hora de escoger una novela de la estantería.

Mis historias hablan de sentimientos. Sin embargo el marco de la acción no se sitúa en el metro de una gran ciudad española. Especulan con la historia, sin embargo no son leídas con ánimo formativo -estoy seguro que gran parte del éxito de la novela histórica radica en el hecho de que muchos lectores buscan una "lectura de provecho". Y sobre todo son profundamente psicológicas. La gran ventaja de la literatura frente al cine estriba en el uso indiscriminado del "pensamiento directo". Desde la descripción de los pensamientos de un personaje podemos hacernos una idea del paisaje que trasciende lo meramente descriptivo. En este sentido, la gran popularidad de las películas de ciencia ficción no ha sido correspondida con un renacer de la literatura del mismo género. Tal vez porque el espectador se siente deslumbrado por los efectos especiales y olvida la dimensión psicológica del marco.

En mi novela la Tierra ocupa un lugar tan periférico como central. Se establece una doble dimensión narrativa; en el sentido que la tierra es vista "desde dentro" de la psicología de un alienígena, y al mismo tiempo "desde dentro" de los humanos que la habitan. Los fines son los mismos: la crítica social y política. El medio determina la perspectiva y esta es innovadora: la relidad es contemplada desde los pensamientos de alienígenas y humanos.

Pero bueno, las crítcas es mejor dejarlas para los lectores. Así que aquí os anticipo la estructura de mi novela "Azul y Luna".

Azul y luna.
Novela de 110.000 palabras, aproximadamente.

Primer prólogo: Historia de NeBulus.
Segundo prólogo: El eslabón perdido.
Novela: Segundo descubrimiento.
Epílogo: Epílogo.

Los prógolos son historias en sí mismas que complementan la novela y al mismo tiempo son cerradas por esta. El epílogo es la historia puente entre la novela y su continuación.

Espero que el camino que he iniciado no me lleve a un callejón sin salida.
Un abrazo
Josep Martin Brown

sábado, 1 de agosto de 2009

La nave de los renegados

Hola a todos.

Tengo buenas noticias. La Editorial Mandrágora se dispone a publicar en una antología de relatos el segundo prólogo de mi novela "Azul y Luna". Saldrá -si no hay cambios- a principios de octubre bajo el título "Cefeidas".
http://www.mandragora.es/index.php
Os mantendré informados.


De cualquier modo, es la primera cosa que me publican en esta segunda época -es decir, la primera desde que escribo bajo el seudónimo de Josep Martin Brown.

Lógicamente, esta noticia le ha dado un nuevo impulso a mi saga espacial. Fruto de ello es el relato corto que estoy escribiendo y del que os adelanto el comienzo: "La nave de los renegados".



LA NAVE DE LOS RENEGADOS

En un burócrata, en eso le había convertido el hábito. “El hábito hace al cofrade”, le repetía continuamente el maestro. De su naturaleza beBaloBius, EsBosito sólo podía reconocer ya su propio rostro. El uniforme no le picaba desde hacía ciclos, señal de que la metamorfosis se había completado. El proceso era irreversible. Sin el hábito de la Cofradía de Comercio moriría y su esencia sería dispersada por el viento.
Todavía era capaz de recordar con nitidez la cara de su madre el día que su padre lo vendió a la Cofradía. Resignación y culpa. A pesar de estar curtida en mil batallas, no pudo evitar enrojecerse de pena. Dicen que los Perecederos se lamentan haciendo que sus ojos expulsen pequeñas gotas de agua, pensaba EsBosito en ese instante de duda. Algo difícil de creer, pues nadie ha visto quejarse a un Eterno. Los beBaloBius como yo, en cambio, nos emocionamos a menudo. O al menos aquellos que no han sido transformados por el hábito de cofrade. Después de tanto tiempo vistiendo el uniforme de la Cofradía su rostro era incapaz de cambiar de color para mostrar sus más íntimos sentimientos. Por no tener, no le quedaban ya ni tentáculos, tan rápida era la metamorfosis.
El pequeño astropuerto que la Cofradía mantenía en WormSimia se había convertido hasta ese momento en su hogar y en todo su mundo. Ninguno de sus compañeros había salido del estrecho recinto, ni siquiera su maestro ErmiCem, el más veterano de los cofrades del destacamento. Un inseCtor viejo y amargado que ante la perspectiva de la muerte había escogido servir a perpetuidad a la Cofradía. Eran intrusos en un planeta hostil. Los guSanos toleraban su presencia porque así lo exigía el tratado de paz. Pero ninguno de los cofrades estaba autorizado a pisar la sagrada hierba del planeta hueco. Los guSanos eran unos seres tan poderosos como inefables. Si pasaban la mayor parte de sus largas vidas bajo tierra, EsBosito no comprendía porqué se les prohibía salir al exterior y pisar la superficie, donde no podían molestar a ninguno de ellos. Orgullo de guSano. Tampoco jugó limpio la Cofradía cuando concluyó que el único desierto del planeta sería un buen lugar para instalar el astropuerto. Esta decisión no ayudó a disminuir el recelo entre ambos grupos. Pero aquel tratado se firmó en un pasado muy lejano. El tiempo transcurrido desde entonces tendría que haber sido suficiente para disipar el rencor acumulado durante la breve guerra. Pero los guSanos son longevos, casi tanto como los Eternos, y su memoria es vasta y colectiva. Una entidad así difícilmente perdona las deudas.
Y entonces, cuando estaba a punto de resignarse a su destino, aquel suceso iba a cambiarlo todo. La explosión había destruido por completo el refectorio donde comían sus hermanos, matándolos a todos. El enorme boquete abierto en el muro se presentaba ante EsBosito como una tentación ineludible. Al otro lado le esperaba la libertad. Y casi con total seguridad su propia muerte. Si permanecía en su puesto y cumplía con su obligación, tal vez la Cofradía premiaría su fidelidad ascendiéndolo a maestro. Por otra parte nada garantizaba que su posición fuera a mejorar en el futuro, pues no era más que un jenizo, un esclavo al que nunca preguntaron si era su deseo vestir el hábito. No como su difunto maestro ErmiCem, casi un voluntario. EsBosito no pertenecía a la orgullosa raza de los inseCtores. No poseía un exoesqueleto ni corrían fluidos aristocráticos por sus venas. Aunque la Cofradía proclamaba que el tiempo y el hábito convertían a todos los cofrades en hermanos, EsBosito sabía que esa afirmación era una mentira. La Cofradía de Comercio se nutría principalmente de niños y jóvenes de los confines. Su propia historia era ejemplar. Muchas familias pobres de ILO vendían al menor de sus hijos a la Cofradía. Algunos como su padre lo hacían satisfechos, pues estaban convencidos de que así aseguraban un futuro mejor para sus hijos. No parecía importarles el hecho de que pasados pocos ciclos, los órganos de sus retoños serían sustituidos por el tejido interno del hábito que vestían. No imaginaban lo que esta metamorfosis suponía ni los dolores que acompañaban al proceso. El hábito del cofrade era algo más que un uniforme. Sólo dejaba al descubierto el rostro del que lo llevaba y carecía de mangas o perneras. Su color gris y su textura original se adaptaban a las necesidades del portador. Un hábito era todo el equipo que un cofrade necesitaba para sobrevivir. De él obtenía su alimento y los gases que respiraba. Le servía de manto para el invierno y de escudo contra la radiación solar en verano. En el espacio era su traje espacial y bien usado podía ser tan letal como una armadura de combate. El hábito del cofrade era la piel y los órganos de su portador, y también su mortaja. EsBosito no quería sacrificar su vida al servicio de la Cofradía y por eso atravesó el agujero del muro en busca de la libertad.

domingo, 24 de mayo de 2009

Un título para una saga

El mes se acaba y mi blog sin barrer!
Tengo un motivo. He terminado de escribir las 6000 palabras del relato "Historia de ProBidus". Al final cambié el título. Ahora es "Azul y Luna". Con éste son dos los relatos de la saga que entroncan directamente con la novela. Si en "El eslabón perdido" se contaba el origen de los cuatro Eternos que llegan a la Tierra y cuyas peripecias se narran en la novela "Segundo Descubrimiento", en este último relato corto -"Azul y Luna"-, contamos la historia del beBaloBius que sale al final del libro. también aparecen un grupo de inseCtores -de los malos malosos que nutren el grueso de los Señores de la Guerra- y un guSano. En resumen. Un relato de los más barroco.

Tenemos pues una novela y dos relatos cortos asociados.
Nos falta un buen título que caracterice a toda la saga.
¿Alguna sugerencia?

viernes, 1 de mayo de 2009

Un café con el protagonista

Viajando entre luna y luna siempre queda tiempo para un minirelato. En este caso he juntado dos ideas en lo que en principio parecía una combinación imposible. Espero que os guste. Pero ¡cuidado! que está caliente porque acaba de salir del horno.


-¿Siempre tienes que ponerte a escribir cuando venimos aquí, no puedes hacerlo en casa?
Acababan de llegar y ni siquiera habían tenido tiempo de pedir el habitual café cortado cuando él ya estaba emborronando una servilleta. Una pareja encantadora, eso pensaba el camarero. Llevaban juntos un par de semanas y todo había ido muy deprisa desde el día en que se conocieron. Chocaron en la acera, frente a la entrada de este mismo bar, ahora tan importante para ambos. Fue un flechazo. Amor a primera vista. Sobre todo por parte de la chica. Él, sin embargo, se topó con la única tabla de salvación que había encontrado hasta ese momento y no dudó en subirse a ella.
-¿Aún no te has dado cuenta, Cari?
-Cuenta de qué…
-¿No notas algo raro en mí? –insistió él levantando apenas los ojos de la servilleta.
-Bueno –si aquello era un examen, estaba dispuesta a afrontarlo sin miedo-. No quieres conocer a mis amigos ni, por supuesto, a mi familia. Eso lo entiendo. Pero que te niegues a salir y prefieras quedarte en casa viendo la televisión… Parece que te asuste la gente. Como si fueran a hacerte daño… ¡Y sólo quieres venir a este bar! ¿Es que no hay en Madrid ningún otro local que te guste?
-No podrían aunque lo intentaran –contestó él sonriendo amargamente-. En realidad sólo tú puedes hacerlo. Me pregunto si tal vez no seas la única persona capaz de acabar con mi pesadilla…
-¿Tú pesadilla? –aquello tenía su encanto, pero comenzaba a estar cansada de tanto misterio.
-Y tienes razón. Con lo del bar, quiero decir. Éste es el único lugar del mundo donde puedo materializarme. Pero por alguna razón, sólo funciona si estoy contigo y nos pedimos un café cortado.
-¿Qué?
-Sigues sin darte cuenta, Cari… -dijo mientras doblaba la servilleta escrita por los dos lados- de que yo no soy lo que se dice totalmente real. Hasta que topé contigo sólo era un fantasma más. Un espectro sin memoria que deambulaba por el mundo. Invisible para todos. Incapaz de interactuar con la materia y, por lo tanto, impotente. ¡Así que imagina la sorpresa que me llevé al chocar contigo! Pero lo milagroso no acaba ahí. Todo lo que pasa en este bar es tan real para mí que incluso aquello que aquí escribo acabará sucediendo. No sé aún si es porque soy capaz de ver el futuro en mis escritos o algo aún mejor. No sé, tal vez en estas servilletas estoy escribiendo nuestra propia historia.
-No derroches tu imaginación conmigo, chaval – ella se echó a reír sin ganas. No le gustaba que le tomasen el pelo. Sobre todo cuando estaba de mal humor. Pensaba que aquello era una broma-. Si no eres capaz de afrontar la realidad por ti mismo, entonces tal vez necesites la ayuda de un profesional.
La conversación había finalizado. Tomaron su café en silencio y después se marcharon a la casa de ella. Aquello no tenía futuro, ahora lo sabía. Siempre le pasaba lo mismo con los hombres. Inmaduros. Incapaces de afrontar los pequeños problemas de la existencia real. Siempre obsesionados con lo que va a ser y no con lo que es. Con los ojos puestos en el futuro. Cretinos… Fue en el bar donde decidió que esa sería la última noche que pasarían juntos.

Días después la policía acudió al bar a interrogar al camarero. Nuestra protagonista había asesinado a su novio mientras dormía y al parecer él y algunos clientes fueron los últimas personas en verlos juntos. Cuando el camarero indicó a los agentes la mesa donde siempre se sentaban a tomar el café, éstos hicieron un descubrimiento desconcertante. Escondidos bajo el pesado pie de aquella mesa, hasta quince servilletas escritas a bolígrafo revelaban una historia asombrosa. Aquel chico no existía hasta hace un par de semanas. Su cuerpo, aunque muerto, tenía las características propias de un recién nacido. Según el forense, desde el punto de vista metabólico, aquel no era el cadáver de un adulto, sino más bien el de un neonato. Pero lo más increíble no eran aquellos restos, sino el testimonio escrito que había dejado el autor. El chico había descrito punto por punto todos y cada uno de los instantes de los últimos días de su vida. Y sobre todo lo contado en una de las servilletas… “-¿Siempre tienes que ponerte a escribir cuando venimos aquí, no puedes hacerlo en casa? Acababan de llegar y…” Como había podido confirmar el camarero, esa escena sucedió la mañana anterior a su muerte. Pero las últimas palabras allí escritas… “y al darse cuenta de lo que había hecho intentó deshacerse del cadáver, pero no fue capaz, por lo que se limitó a cubrirlo de agua en la bañera, para evitar que el mal olor alertara a los vecinos…”. Aquello no era una simple descripción de lo que había sucedido, sino una auténtica premonición. Ese chico había escrito su propio asesinato a manos de su novia y ella se había limitado a reproducir lo que allí había escrito. Era un caso claro de asesinato. Aquella chica estaba condenada de antemano.

jueves, 23 de abril de 2009

Historia de ProBidus

Aquí os presento un fragmento de mi saga. Forma parte de un relato que estoy escribiendo para un concuro, así que no creo que importe mucho que leáis sólo un pequeño porcentaje.

“Por el crimen cometido deberías pagar mil veces con tu vida…”. NeBulus rememoraba una y otra vez las palabras de su padre mientras utilizaba su tentáculo de defensa a modo de porra. En qué me he convertido, pensaba mientras descargaba su frustración contra el grueso casco del carguero espacial. El ruido se propagó amplificado por la estructura de la enorme nave advirtiendo así a su compañero, quien se descolgó algunas horas después por allí para interesarse por su estado. ProBidus sabía lo mucho que se molestaba su amigo cuando lo visitaba sin avisar en su lado de la nave. A pesar de ello, el largo paseo compensaba el desdén con el que iba a ser recibido. Para un beBaloBius como él, sólo los frondosos bosques tridimensionales de ILO podían competir con la ingravidez del espacio. ProBidus se encontraba feliz flotando libremente en gravedad cero. En este medio ambiente, sus seis parejas de tentáculos de desplazamiento se abrían en abanico permitiéndole una libertad de movimientos de la que sólo podía disfrutar en los bosques de su planeta natal. Habían robado una de las mejores naves del Gremio de Contrabandistas, sin duda alguna un golpe audaz. Aunque algo menos meritorio, reconocía para sí, si tenemos en cuenta que habían engañado a sus propios hermanos. Pero eran beBaloBius, contrabandistas, piratas del espacio. Famosos por sus acciones inesperadas. Impredecibles. Los últimos seres libres de la galaxia. Que Nebulus y él tuvieran el mayor negocio de la historia entre los tentáculos era razón suficiente para robar sin dudarlo a un señor de la Guerra o incluso a la mismísima Cofradía. Pero al parecer robar una nave de tu propia familia estaba resultando insoportable para su amigo. Mientras estos pensamientos rodaban por su cerebro principal, los ojos de los tentáculos sensoriales no podían dejar de fijarse en la hermosa estructura de aquella nave hecha de piedra y materia orgánica. Lloró de felicidad por culpa de su hipersensible centro de emociones y disfrutó de ello. Al mismo tiempo, su cerebro secundario trataba de aguarle la fiesta de nuevo, bombeando en su sistema nervioso general un sutil pensamiento de culpa. Obediente, ProBidus cerró la mayor parte de sus ojos y a cambio obtuvo un goce mucho más tranquilo.

martes, 14 de abril de 2009

El niño que hablaba con los gusanos

Algunos niños, ya sea por aburrimiento o por miedo a quedarse solos, se imaginan un amigo invisible que les hace compañía durante los primeros años de la infancia. Una vez ingresan en el sistema educativo, el proceso de desmagificación del mundo al que los someten los adultos borra en ellos todo recuerdo de ese amigo imaginario. Al final la religión y sus misterios son el último reducto en el que se refugia la imaginación humana, sometida a la tiranía compartida de la fe y la razón. Éste es un camino que todos recorremos con mayor o menor fortuna y cuyo final no es otro que la edad adulta. Kovaliev, por el contrario, había tomado un sendero diferente sin saberlo, descubriendo para la humanidad todo un universo nuevo.

El amigo invisible de Kovaliev no le abandonó cuando éste entró por primera vez en el colegio y tampoco lo hizo cuando salió de él. Las conversaciones a viva voz dejaron paso a un discreto diálogo interno, lo que le permitió pasar desapercibido y evitar así las crueles bromas de la adolescencia. Kovaliev no se atrevió a presentar a su amigo al mundo hasta que estuvo seguro de que aquello no era una enfermedad mental. Como psiquiatra de prestigio obtuvo por fin el reconocimiento necesario para conseguir que la humanidad aceptara su asombroso descubrimiento.

Ni somos los primeros ni somos los únicos seres inteligentes que habitan este planeta. Los nematodos como su amigo, esos seres diminutos que viven en nuestro intestino, son la materia prima del alma humana. La razón de la conciencia. Pero sólo cuando morimos podemos verlos. Comiéndonos. Devorando nuestra carne y nuestros huesos.

viernes, 10 de abril de 2009

Confesiones de una farola

Levantarme a la hora que me venga en gana es hasta ahora el mayor éxito de mi vida. Es una lástima que no sea mucho de dormir, pues me despierto todos los días antes de que salga el Sol. Mi relación con el mundo de los sueños es problemática, pero no siempre ha sido así. Recuerdo vivamente mi infancia y cómo la hora de irse a la cama era el mejor momento del día. Por aquel entonces en uno de los dos canales de la tele emitían una serie que iba a cambiar mi vida, “El Gran Héroe Americano”. Juntos aprendimos a volar.

Mis primeras lecciones de vuelo las llevé a cabo en la misma acera de la calle donde me crié. Daba tres largos pasos, como si estuviese dispuesto a participar en una competición de triple salto, y entonces echaba a volar. Aunque los resultados eran muy pobres al principio. Como mucho conseguía llegar hasta la otra esquina y apenas me elevaba medio metro del suelo.

Treinta años después sigo volando en sueños, aunque éstos son en su mayoría pesadillas. Lo hago bastante mejor que entonces y creo que la razón radica en que he perdido el miedo a estrellarme contra el suelo. Mis sueños son tan lúcidos y entretenidos que no entiendo cómo no me paso la mayor parte del día durmiendo, yo que puedo. La vida real, en cambio, es previsible, segura y carece de todos los estímulos que uno encuentra en una buena pesadilla.

En un sueño somos capaces de lanzarnos al vacío. Decimos verdades como puños y nuestras acciones reflejan la auténtica naturaleza de nuestros sentimientos. En un mundo así es imposible aburrirse. Supongo que por eso me levanto todas las mañanas de un salto, como activado por un resorte. Ingenuo de mí, imagino que la vigilia va a ser tan estimulante como el sueño. La vida real se encarga a las pocas horas de ponerte en tu sitio.

Mi vida no es mala, es simplemente anodina. La pura existencia de la cosa es, por el contrario, absolutamente maravillosa y por eso me limito a ver la vida pasar. Algo tan simple como el musgo del camino vive con más intensidad que la mayor parte de los seres humanos del planeta. Contemplar este hecho compensa en gran medida la aburrida realidad de la vida cotidiana. Estamos tan ocupados en imitar a los animales que olvidamos que la imaginación es una facultad exclusivamente humana. Así pues, pasamos la mayor parte de nuestras vidas más pendientes de llenar el mundo de críos que de disfrutar de su belleza. Olvidamos que si estamos aquí es para dar cuenta del mundo, para admirarlo, para ser conscientes de su pura existencia.

Falto de estímulos apropiados, con el paso de los años me estoy convirtiendo en una farola. Estático y contemplativo, me limito a alumbrar un camino que soy incapaz de recorrer.

domingo, 5 de abril de 2009

Valor y sacrificio

En otoño de 2002 visité Corea del Norte por primera y última vez. Había sido contratado por la Vaha Oil a través de un contacto chino. El trabajo era sencillo y estaba bien pagado, pero lo que me animó a aceptar la oferta fue la curiosidad. Siempre he sido un hombre de izquierdas, pero profundamente anticomunista. En esa época el regimen de Pyonyang era el último baluarte del comunismo real, ya que nunca consideré a Cuba un auténtico país comunista. En realidad, aquello siempre fue una fiesta continua, con putas y todo. No me lo pensé dos veces. Era joven e imprudente así que antes de que pudiera arrepentirme me embarqué con mi contacto chino rumbo a Pekín. No quería perderme el espectáculo del experimento social más ingenuo de la historia de la humanidad.

Lo primero que me extrañó a mi llegada a la capital china fue el recibimiento. Fuimos recogidos por un vehículo militar a pie de pista. Si no hubiera sido por mi contacto, más que orgullo habría sentido miedo. Por el contrario, todo temor desapareció una vez que pude comprobar que era el mismísimo gobierno chino el que me había contratado y que nada malo podía sucederme durante aquella aventura. Comimos frugalmente en la zona vip del aereopuerto y después nos subimos en un mercedes blindado que nos llevó a la frontera. ¡Estaba cruzando china por carretera a bordo de un auténtico coche diplomático! Aquello no estaba mal para un chico de provincias como yo.

Lo duro comenzó una vez llegamos a la frontera. Mí amable contacto chino y mi escolta militar se despidieron de mí y me expicaron que a partir de ese punto se ocuparían de mi seguridad las autoridades norcoreanas. Casi me echo a llorar allí mismo. No esperaba que ningún coreano hablase español, pero sí al menos un inglés fluido. Sólo pasaron un par de horas cuando me dí cuenta de que me había metido en un buen lío.

Al día siguiente me llevaron al lugar de prospección. La maquinaría empleada era obsoleta y las condiciones de trabajo terribles, sin embargo todo aquello era compensado por la excelente organización. Una multitud de peones se reunía alrededor de la anticuada torre de perforación. Todos sonreían al verme pasar y me dedicaban un amago de reverencia. ¿Para qué demonios me quería esa gente allí si parecían tener de todo?. De repente un alarido desgarrador me sacó de mis pensamientos. Una bola de fuego se elevó por la estructura de la torre hasta disiparse en lo alto como si de un cohete pirotécnico se tratara. Al espectáculo de fuego se unió el grito de júbilo de la multitud, que a duras penas podían apagar los alaridos que provenían del interior de la torre. Entonces la fila de peones se movió. Al primero de ella parecía haberle tocado la lotería, pues era felicitado por los que tenía inmediatamente detrás, que lo apremiaban al mismo tiempo para que subiera las escaleras que daban acceso a la torre. La comitiva que me acompañaba me invitó a acercarme a la escena. Al parecer esa era la razón por la cual yo estaba allí. Nos situamos en lo alto de una atalaya formada por un montón de arena, justo a tiempo para ver como el afortunado coreano de la fila se aferraba a la maquinaria de la torre y comenzaba a perforar.

Estaba a punto de decir algo acerca de las medidas de seguridad cuando se produjo una nueva e inevitable explosión. El joven norcoreano había despertado una de las pequeñas bolsas de gas que se forman por encima de los depósitos de crudo. La llamarada lo alcanzó de lleno pero él seguía perforando, sonriendo mientras se quemaba vivo. Cuando por fin la broca atravesó la bolsa de gas el infierno cesó y las asistencias pudieron acercarse. El joven había sufrido graves quemaduras y sin embargo parecía feliz.

-¿Por qué está tan contento? -le pregunté a mi intérprete en inglés-. Acaba de sufrir un accidente laboral gravísimo... Dudo mucho que sobreviva a esas quemaduras.

-Es feliz porque ha encontrado petróleo -me respondió a duras penas- Sabe que recibirá un salario extra por ello, al igual que todos aquellos que le siguen en la fila. Su familia no morirá de hambre este invierno.

Doce hombres se quemaron vivos aquel día y dudo mucho de que alguno sobreviviera. Aparte de sus alaridos de dolor, sólo hay una cosa que no puedo olvidar de aquel viaje. Eran las sonrisas de felicidad de aquellos rostros sin rasgos. Nunca más he vuelto a burlarme del valor y la capacidad de sacrificio de un hombre. Sin embargo desde aquel día aborrezco cualquier ideología, sobre todo aquellas que defienden la Verdad con mayúsculas como principio supremo de la acción.

martes, 31 de marzo de 2009

El último hombre

Recuerdo ver, cuando era joven, a los viejos paseando bajo el sol ayudados por sus bastones. Parecía una caravana de condenados a muerte. Ya no hay hombres viejos en la Tierra, si nos olvidamos de mí, claro está.

Las personas –así es cómo les gusta ser llamadas ahora, sólo personas- siguen obsesionadas con la prolongación de la vida, sin embargo nunca han reparado en mí y en el milagro que yo significo. Puedo decir, en la víspera de mi ciento cincuenta cumpleaños, que soy el último hombre vivo que ha hecho el amor con una mujer. En realidad, hace más de una generación que un hombre y una mujer no copulan. Sí, copular. Porque eso es lo que hacen el resto de los animales para reproducirse. A veces pienso que a las personas no les ha gustado nunca el sexo, que sólo lo hacían conmigo por curiosidad. Sin embargo es difícil mantener este prejuicio después de leer la obra de Victoria Kazikowski, “Arqueología del empalamiento”. A las personas les gusta el sexo, pero entendido a la nueva manera.

Mi madre tuvo que pasar por una evaluación psiquiátrica para convencer al comité de natalidad de que su decisión de concebir un hijo varón por métodos tradicionales no era subversiva. Le advirtieron que probablemente su hijo llevaría una vida de soledad y marginación social, y no se equivocaron.

Crecí en un periodo de transición rodeado de mujeres, perdón, de personas, las cuales no tardaron en aventajarme en todos y cada uno de los aspectos de la vida. En realidad, las diferencias entre nosotros no se hicieron evidentes hasta que en octavo curso entré de lleno en la pubertad. Durante ese año mis compañeras de clase tuvieron su primera y última menstruación, mientras que a mí me crecía el pelo por todas partes y mi voz se iba haciendo cada vez más grave. Fue el año más feliz de mi vida. Estaba en la plenitud de la adolescencia y me encontraba rodeado de mujeres jóvenes y llenas de curiosidad. Fue una ilusión maravillosa. Hasta que alguien me consideró una amenaza y acabé mis estudios en el despacho de unos de los últimos profesores.

Casi medio siglo antes de que yo naciese, en la primavera de 2007, se comercializó en los antiguos EEUU el primer anticonceptivo femenino que suprimía la regla. Fue un fracaso total que apunto estuvo de llevar a la bancarrota a una de las compañías farmacéuticas más grandes de la época. Al menos hasta que se descubrieron algunos efectos secundarios inesperados. Al principio el miedo a lo nuevo y los prejuicios hicieron que el anticonceptivo se hiciera con una cuota de mercado ridícula, sin embargo las pocas mujeres que habían apostado por él comenzaron a notar en ellas algunos cambios que sólo podían ser perceptibles a largo plazo. El primer efecto secundario detectado consistía en que el envejecimiento natural de la piel se ralentizaba y, en unos pocos casos, se detenía por completo. Cuando se supo esto la patente del producto había caducado, de tal manera que los pequeños laboratorios pudieron comercializar genéricos que, sin embargo, ya no eran vendidos como medicamentos, sino como productos de estética. Las mujeres jóvenes comenzaron a consumir este supresor de la regla pensando en su cutis, sin embargo las consecuencias del consumo prolongado y sistemático de este inhibidor de la menstruación iban más allá, mucho más allá. Fue en la segunda generación cuando los científicos estuvieron en condiciones de afirmar que habían encontrado el cáliz de la vida eterna. Los supresores de la menstruación, afirmaban, ralentizaban el envejecimiento al revertir en beneficio de la mujer las energías dedicadas a la gestación. Bueno, en realidad no dijeron eso exactamente, simplemente abrumaron a la opinión pública con una marea de datos y fórmulas que muy pocos pudieron entender pero que transmitía claramente el siguiente mensaje: “papas, si queréis que vuestros descendientes vivan mil años, no tengáis hijos varones”.

“Papas…” Ahora ya nadie utiliza términos tan sexistas. Si nos olvidamos de mí, actualmente la raza humana está formada únicamente por mujeres eternamente jóvenes y completamente insatisfechas. Sin embargo la ausencia de varones no significa que no nazcan más niñas. Concebir una niña se ha convertido en algo imposible sin la ayuda de la tecnología, pero esto no quita que el nacimiento de un nuevo ser humano no siga siendo un hecho cotidiano. Hace faltan falta nuevas generaciones porque las mujeres, aunque son eternas, también enferman y mueren a causa de los accidentes.

Ahora, en mi lecho de muerte, mientras evoco la caravana de viejos y viejas que caminaban apoyados en sus bastones, me pregunto por qué a los varones no se nos dio la oportunidad de disfrutar de la eternidad. La mayor parte mis compañeras de estudio siguen vivas y casi no han cambiado en ciento cincuenta años. La razón de esta desigualdad radica en que desde el principio pocos científicos se preocuparon por aplicar los nuevos descubrimientos a la fisiología de los varones. Muy pocos. Aunque hubo algunos bioquímicos, la mayor parte de ellos con hijos varones de corta edad, que durante los primeros años de aquella transición sí se aplicaron en el intento. Pero sin resultados. Las futuras madres, mientras tanto, o no tenían tiempo o no querían arriesgarse a ver cómo su hijo varón envejecía y moría antes que ellas, de tal manera que comenzaron a dar a luz única y exclusivamente a niñas. Excepto gente como mi madre y un puñado de mujeres más.

En realidad no fue tan malo ser varón en un mundo poblado casi exclusivamente por mujeres jóvenes. Nunca me faltó el dinero ni la compañía. Las mujeres de la alta sociedad pagaban mucho por acostarse con alguno de los pocos hombres que conservaban la virilidad. Si pudiera retroceder en el tiempo y corregir algunos errores… El dinero fácil que proviene sólo del atractivo físico tiene fecha de caducidad. Me sentía como un Kent, como un juguete de plástico en manos de mujeres poderosas, pero no era consciente de ello. Sólo cuando la vejez comenzó a amenazarme me di cuenta de lo trágico de mi destino. Pocos años después, mirarme resultaba ya tan repulsivo que casi nadie era capaz de permanecer mucho rato a mi lado. La humanidad había olvidado la belleza solemne de la vejez y las personas, cuando me contemplaban sentado al sol, ya no veían en mí a una proyección de sí mismas en el futuro, porque se sentía asqueadas por lo que consideraban una deformidad. Poco a poco fui quedándome solo. Afortunadamente mi madre aún vivía por aquellas fechas y cuidó de mí como si fuese su abuelo. Fue muy triste para ella. Pero eso no justifica su suicidio.

Desde que se mató estoy totalmente solo. Como esos viejos cuyos seres queridos dejaban abandonados antaño y que sólo se acordaban de ellos a la hora de repartir la herencia. Si no fuera por la gente de la universidad que me descubrió, me habría muerto de hambre y asco. Sé que estas mujeres sólo ven en mí a un sujeto de estudio y que, aunque intenten mostrarse amables conmigo, comparten a mi lado mis últimos días para poder registrar cómo me voy apagando poco a poco. Katrina me ha animado a que escriba mi historia y al hacerlo me he dado cuenta de que éste va a ser mi testamento. No es mucho, pero al menos es suficiente para captar la atención de estas hermosas jóvenes que me atienden. A fin y al cabo era lo que más ansiaban aquellos viejos que paseaban bajo el sol, no ser definitivamente olvidados.

sábado, 28 de marzo de 2009

Noches breves.

No había vuelto a ver a Patricia desde que era un adolescente. Preguntó por ella varias veces y la información que le dieron siempre fue decepcionante. Al final no había podido viajar al país que la vio nacer como hija de la inmigración. Del sueño de Australia a la dura realidad de la caja registradora del Mercadona del barrio. Alberto sabía que la ley del mérito es una estafa, pero esta convicción no lo consolaba frente a la opinión generalizada de que cada uno tiene lo que se merece. Patricia nunca tuvo muchas oportunidades. Cuando naces pobre acabas por resignarte ante el inexorable paso del tiempo. Cada año que pasa, el sueño australiano quedaba un poco más lejos frente a las obligaciones que imponía la hipoteca. Al menos había podido comprar el piso donde ella y su madre habían vivido en régimen de alquiler.
No había vuelto a ver a Patricia desde entonces y no le gustó volver a verla de esa manera. Alberto esperaba frente al mostrador vacío de una tienda de móviles cuando un sonido lo sobresaltó. Hasta entonces era uno de esos sueños inocentes que tenemos en mitad de la noche y que no nos alteran demasiado. Pero cuando la silla de ruedas chocó contra el mostrador quedó claro que aquello era una pesadilla. Ella le sonrió y él pudo disfrutar de nuevo de la visión de su dentadura blanca y perfecta. Patricia continuaba tan joven y bella como Alberto la recordaba, sólo que esta vez algún terrible accidente parecía haberla dejado atada a una silla de ruedas.
-No estoy atada -contestó ella, capaz aparentemente de leer sus pensamientos-, puedo mover la parte superior del cuerpo, ¿ves?
Y entonces se despertó. Alberto miró el reloj de la mesita de noche y refunfuñó algo al comprobar que sólo eran las cinco de la mañana. Sabía que no podría volver a conciliar el sueño así que se levantó de la cama y encendió el medio cigarrillo de marihuna que siempre dejaba en el cenicero antes de ir a dormir. No necesitaba muchas horas para conseguir un descanso reparador, pero le molestaba despertarse de esa manera. De repente recordó la pesadilla que acababa de tener y pensó en Patricia. ¿Había tenido un simple sueño o una precognición?

jueves, 26 de marzo de 2009

Una relación homeopática

Desde hace años mantengo una relación homeopática con mi madre. Esto es, en lugar de seguir las prescripciones del médico de familia ingiero cantidades infinitesimales de su amor materno. Con el resto el clan, en cambio, hago lo que la mayoría de los hombres hacen con su cuerpo, símplemente lo ignoro. La homeopatía es una patraña, pero como técnica paliativa de traumas infantiles es insustituible. A mi madre la veo una vez al mes y a pesar de todo -o mejor dicho, a causa de todo- cada vez que lo hago vuelvo a mi casa con dolor de estómago.

He visitado a muchos especialista. El primero cuando apenas era un adolescente, en compañía de mi madre, claro está. No recuerdo haber estado tan enfermo como entonces. Parecía gastritis, pero el estómago me dolía como si tuviera una maldita úlcera sangrante. Cuando tenía 18 años tomaba ya tantos antiácidos que pensaba que a los 30 tendría que alimentarme a base de batidos dietéticos.

Todo cambio cuando un año después salí huyendo del nido para no volver. Curiosamente no fue enfrentarme al problema lo que acabó con mi enfermedad. Si le hubiera hecho caso al médico ahora estaría pudriéndome entre el rencor y la envidia, como le pasa al otro. La solución llego sola con la distancia y el aislamiento: la homeopatía.

La familia es un veneno con el que nacemos y que corroe nuestra autoestima en la forma de complejo de culpabilidad. Empiezas sintiéndote un mal hijo y acabas creyéndote mala persona. No hay cura para esta enfermedad. Como dije anteriormente, sólo podemos ignorar sus efectos.

Soy muy bueno ignorando el dolor. Me han pegado tantas veces que creo que casi disfruto con el subidón de adrenalina. Pero hay dolores sordos que nunca se curan y con mi madre y mi estómago se establece una curiosa relación de causa-efecto. Ya puedes reconciliarte con el mundo. Ya puedes gastarte miles de euros en terapia... Pero la herida abierta que deja en el alma de un niño la convicción de que su madre no le quiere es una enfermedad crónica imposible de tratar. La medicina tradicional no me vale y la única solución que he encontrado hasta el momento consiste en alejarme del patógeno.

Soy como los senderistas alérgicos al polen que se enfrentan al primer brote de primavera.

lunes, 23 de marzo de 2009

Este tiempo ya ha pasado.

Hoy toca un cuento corto. Siempre me gusta jugar con la idea de que mi existencia no es más que un reflejo del futuro. Esto es, que el tiempo que tú y yo vivimos a cada instante es un tiempo que ya ha pasado. Que nuestra realidad no es más que la recreación de un universo posible causada por un viajero del tiempo.
Es muy sencillo.
Este juego se resume en una frase: tú y yo y todos los que habitamos este mundo ya estamos muertos. De hecho hace milenios que nos convertimos en polvo. Tu tiempo no es el presente, puedes estar seguro.




Este tiempo ya ha pasado.

-No tengas miedo Lola –le dijo Carlos mientras la protegía con su cuerpo-, porque este tiempo ya ha pasado.
El techo se desplomaba sobre ellos y Carlos no dejaba de ser nunca un enajenado que se había vuelto loco. Pero la realidad en forma de cascotes se abatía sobre él en ese instante, al mismo tiempo que se daba cuenta de que en ninguna de sus pesadillas se había encontrado en esa dramática situación. Y entonces, por primera vez en muchos meses sintió miedo.

Hace justo un año que Carlos Vilar tuvo su primera experiencia onírica y con ella comenzó su proceso de separación de la realidad. Nunca le contó a nadie qué fue lo que vio entonces, a pesar de lo mucho que le gustaba hablar, sobre todo de sus pesadillas. Aquella primera experiencia había producido en él un cambio en su percepción, que no en su personalidad, pues siempre había sido muy excéntrico. Empezó a decir que el tiempo que vivimos es un pasado recreado por un viajero del futuro. Y que ese viajero lo estaba buscando a él. Que había viajado en el tiempo para encontrarle. Repetía esta cantinela una y otra vez a todos los que le escuchaban. Los más allegados pensaban que leía demasiadas novelas de ciencia ficción, porque le apreciaban y no querían admitir que lo que tenía era algo más que un trastorno del sueño. Al resto, a los que contaba sus historias de sonámbulo en los bares del pueblo, les hacía gracia y simplemente se reían de él. Sólo la Lola lo escuchaba con respeto, la bruja cubana de la que todos decían que trabajaba de puta en un camino de la capital, pero que en realidad se dedicaba a echar las cartas en una tienda de dietética del centro de Castellón.
Carlos comenzó a complicarse la vida. Ni siquiera las rentas por el alquiler de los dos pisos que había heredado de sus padres le daban para llegar a fin de mes. Viajaba alrededor del mundo, pero pocas veces siguiendo las rutas del turismo de masas. Él visitaba lugares de interés como el desierto de Nazca… Pero no había ido allí sólo para ver las misteriosas figuras labradas en el suelo del desierto. Carlos cruzó el Océano desde su pueblecito natal de la Serra d’Espadá y se adentró en el desierto chileno para tener un encuentro con un OVNI. Naturalmente, no consiguió su objetivo. Sin embargo a punto estuvo de morir de hipotermia la noche que meditó al raso completamente desnudo. Después de esa noche de frío, sus visiones cobraron tal fuerza que lo volvieron definitivamente loco. Carlos no sólo soñaba, sino que veía el futuro. Al menos eso es lo que él siempre creyó, aunque nunca pudo convencer a nadie de ello.
Cuando a la vuelta de su gran viaje le contó a todo el pueblo lo que le había pasado y que iba a mudarse a Valencia para abrir un despacho, sus paisanos no se sorprendieron demasiado. Y como en sus paseos nocturnos Carlos nunca se había mostrado violento, ni siquiera su tío Vicente pudo encontrar una excusa para impedírselo, ya que tenía casi cuarenta años y una buena renta. Consiguió convencer a Lola para que lo acompañase en su nueva ocurrencia. “Serás mi secretaria, y podrás echar las cartas en el mismo despacho”, le dijo. Y en un par de semanas tenía el negocio abierto en un entresuelo de la calle Colón. Un despacho de detective. De investigador de lo paranormal –con un servicio de Tarot a cargo de Lola. Un proyecto empresarial abocado a la ruina que durante todos esos meses sólo se mantuvo en pie gracias a la venta de un terreno. Aunque no tenía clientes Carlos estaba satisfecho, porque poseía una ocupación. Un oficio. Pero no se mantuvo ocioso durante ese tiempo. Llegó a la conclusión de que si el viajero en el tiempo lo estaba buscando, lo más inteligente sería que se ocupara a su vez él de esta tarea. Al fin y al cabo, el lugar más seguro para la presa se encuentra detrás del cazador.
Pero antes necesitaba soñar. Ver el futuro para anticiparse a su perseguidor.
No hay nada tan difícil como empeñarse en quedarse dormido y conseguirlo. Carlos recurrió a varios métodos naturales que Lola le suministró antes de resignarse a tomar un somnífero. Cuando al fin logró dormir, no soñó nada en absoluto. O al menos no podía recordarlo cuando despertó bien entrada la noche. Todo un día de trabajo perdido, se lamentó. Miró en torno y se dio cuenta de que Lola se había marchado a casa. En fin, para lo que me está sirviendo su ayuda…. Al menos ella le saca partido al local… ¿Y por qué no? Algún día uno de sus clientes puede que necesite información especial. Algo que no puedan decirle las cartas. Miró el reloj del teléfono móvil, que al principio no encontró porque lo había dejado debajo del sofá. Las doce y media… El caso es que no tengo sueño…
Para Carlos Vilar lo mejor de trabajar en el centro de una ciudad como Valencia era que podía llegar caminando a los bares del Barrio del Carmen, donde los locos y los borrachos se reúnen de madrugada. Allí se sentía en su hábitat. Sin nada mejor que hacer, decidió pasar la noche en el concurrido bar de mala muerte al que acudía las madrugadas como ésta y que estaba situado en el barro viejo, detrás de La Lonja. Tan estrecho, que si uno de sus clientes se desmayaba difícilmente tocaba el suelo al desplomarse, pues su cabeza impactaba antes contra la pared y quedaba allí, apoyado de una forma grotesca. El lugar estaba casi vacío sin embargo, sólo un viejo borracho bebía coñac en la barra. Tenía un aspecto extraño, pues si bien su larga melena plateada indicaba su vejez, el rostro, sin embargo, era artificiosamente juvenil. Estaba claro que había pasado varias veces por las manos de un cirujano plástico. Era el bar de todas las madrugadas en vela y sin embargo esta vez había en él cosas que lo hacían diferente. El viejo, la ausencia de clientes habituales, el techo… Nunca antes se había fijado en lo alto que era el techo de este bar y en lo angosto de sus dimensiones.
-Este coñac es excelente… -la voz provenía del viejo, sonaba distorsionada, como venida de otro lugar.
-Tiene razón –contestó Carlos-. Pero no todas las noches puede uno decir lo mismo, ¿verdad Pepe? –dirigiéndose al camarero- ¿Por qué no me pones a mí lo mismo que al abuelo?
Éste no respondió y se limitó a salir de la penumbra dónde secaba los vasos para servir a Carlos. Pepe nunca había sido un camarero hablador, pero nunca antes se había mostrado tan hosco con él. Carlos trató de adivinar su estado de ánimo escrutándole el rostro, sin embargo una extraña penumbra lo acompañaba, velándolo. Salpicaduras de coñac al chocar contra el hielo del vaso llamaron entonces su atención y se sorprendió al ver como éstas se evaporaban casi al instante, dejando sobre la barra un poso arenoso. Pepe limpió estos restos con unas zapatillas de andar por casa y antes de que Carlos pudiera preguntar nada, le sirvió un cuenco de frutos secos.
-No te había visto antes por aquí –le dijo el viejo-, ¿vienes en el turno de mañana?
Desde su rincón en la penumbra la risa equina y desproporcionada de Pepe retumbó en los altos techos del bar. Eso devolvió a Carlos a la cotidianidad, pues aquella risa inhumana era la característica por la que era popularmente conocido Pepe el camarero.
-Eso mismo estaba a punto de preguntarle yo –respondió Carlos-. ¿Cómo puede ser que nunca antes nos hayamos encontrado si somos habituales?
-Tal vez porque no resulta tan sencillo como parece…
-Es verdad… -Carlos cogió un cacahuete y se lo metió en la boca, estaba blando y húmedo como una aceituna- La vida nos atrapa en su rutina… Pero usted no parece alguien con muchas obligaciones diurnas.
-Carlos, ¿sabrías reconocer a un fantasma si pudieras verlo?
-¿Cómo sabe mi nombre? –Carlos cogió al viejo fuertemente por el antebrazo, pero aunque lo tenía sujeto, no sentía en su mano otra cosa que la presión de sus propios dedos sobre la palma.
-¿Serías capaz de creerme si te dijera que ya estás muerto? –el viejo seguía con su cantinela, como si fuera inmune a cualquier cosa que Carlos pudiera hacerle- ¿Que por tu culpa miles ya han muerto y que millones van a hacerlo en los próximos meses?
Entonces Carlos reconoció al hombre de sus pesadillas. No se parecía a él, pero era sin lugar a dudas el viejo. Cuando trató de ver su reflejo en el cristal del mueble-bar no pudo hacerlo, pues la decoración había cambiado de nuevo, transformándose esta vez en algo muy parecido a la cocina comunitaria que estaba justo encima de su despacho. Miró en torno a él y, sin embargo, a su espalda el sórdido bar de Pepe seguía siendo el mismo. El humo lo cubría todo, un humo blanco y espeso. Tan maleable que podían dibujarse con él figuras en el aire. Carlos no pudo resistir la tentación y comenzó a jugar con aquella masa informe. Olía mucho a gas natural, pero a pesar de ello intentó darle forma. Esculpió dos rostros con un talento que desconocía poseer. Éstos se mantenían a duras penas en el aire y Carlos los sujetaba con ambas manos para evitar que cayeran. Los reconoció enseguida. Eran sus padres muertos. No guardaba un buen recuerdo de ellos. No fueron unos buenos padres. Este pensamiento removió algo en él y dejó que la gravedad se apoderase de su obra. Los rostros de sus padres se deslizaron entonces hacía el suelo con el peso de una pluma, acumulándose en un rincón del bar en compañía de gran cantidad de ese humo con textura de merengue.
-¿Quién eres? –le dijo al viejo- ¿Qué quieres de mí?
-¿No lo entiendes? –le respondió éste- Yo soy tu fantasma en un futuro donde tu cuerpo hace años que yace bajo tierra y la humanidad sigue existiendo. Sólo así puede cambiar el futuro un muerto.
-¿Qué futuro? –Carlos sabía muy bien a qué se refería el viejo, pero ni tan siquiera ante él, ante sí mismo, estaba dispuesto a reconocer lo que vio en su primera visión.
-El futuro que viste y que nunca te atreviste a contar a nadie –su fantasma lo guiaba en esta búsqueda de su verdadera identidad.
-El virus…
-El mismo que en estos momentos permanece latente en tu sangre y que dentro de dos meses sufrirá su primera mutación –el rostro del viejo se transformó en el suyo y Carlos comprendió lo que ya sabía. El viejo era el Carlos del futuro que una vez muerto había vuelto al pasado para avisarse a sí mismo. Muy propio de nosotros, pensaron ambos-. El virus del fin del mundo, Carlos. Vamos a ser los culpables de la extinción de la humanidad, si no hacemos algo… radical, para remediarlo –sentenció su fantasma.
-Quizá podamos encontrar una cura… -replicó Carlos a su fantasma- Tú conoces las características de ese virus que va a acabar con el mundo, ¿no? Podemos avisar al ministerio de Sanidad, ellos sabrán qué hacer.
-No hay tiempo –contestó aquél-. Además, no tenemos formación científica, no sabríamos cómo describir algo que aún no existe.
Carlos intentó beber coñac, pero en su mano ya no sostenía el vaso, sino un mechero de cocina. Su fantasma, idéntico en apariencia a él, sostenía el tubo seccionado de una tubería conducción de gas natural.
-Dices que dentro de dos meses el virus del que soy portador sufrirá una primera mutación –dijo casi suplicando-, ¿por qué no esperar hasta entonces? Cuando el virus exista podremos demostrar su peligrosidad. Podemos avisar a las autoridades y entonces nos creerán.
-No podemos arriesgarnos… -la voz de su fantasma sonada paciente pero firme- Ojalá pudieras sentirte tan culpable como yo me sentía por seguir viviendo, entonces no tendrías dudas.
-¿No fue el virus lo que te mató?
-Oh, no… De ninguna manera. No seremos tan afortunados –la sonrisa del fantasma se volvió amarga-. Somos los heraldos de la última peste. Los testigos de la extinción de la humanidad. Pero lo que no puedes saber, Carlos, es que ya te has rebelado contra nuestro destino…
-Un momento –Carlos intentaba detener el curso de los acontecimientos, pero sabía que difícilmente podría resistirse a sí mismo-, ¿de qué clase de medida radical estamos hablando?
-De tu muerte Carlos, de nuestra supresión en el devenir de los acontecimientos…
-Quieres que me mate… -Carlos se apartó un poco de su fantasma de manera casi instintiva- Pues no pienso hacerlo, de ninguna manera. Quiero vivir.
-Eso ya no está en tus manos, mi antiguo yo –su fantasma le miró fijamente y Carlos no pudo reconocerse en su interlocutor-. Si estoy dándote explicaciones de lo que vamos a hacer, es porque creía que merecías algo más que una disculpa.
Carlos adoptó una actitud defensiva. En su mano apareció de la nada un cuchillo. Y luego el cuchillo se transformó en una pistola que no disparaba… Su fantasma sonrió.
-Ves como no has comprendido nada…

Carlos se despertó al oír la puerta. La luz del alba se filtraba a través de las varillas de aluminio de la cortina estilo veneciana. Lola entró en el despacho con la energía acostumbrada sin saber que su jefe seguía dormido sobre el sofá. No parecía sentirse culpable por haberlo despertado porque sonrió.
-Buenos días tenga usted, bello durmiente –traía en la mano un cucurucho de papel con media docena de churros humeantes-. ¿Quiere desayunar?
En ese preciso instante el sonido seco y grave de una explosión de gas sacudió todo el edificio. Carlos se abalanzó sobre Lola y la tiró al suelo.
-No tengas miedo Lola –le dijo Carlos mientras la protegía con cuerpo-, porque este tiempo ya ha pasado.

El tío Vicente no estaba seguro de si era ella. Pero cuando reconoció a Lola sintió un gran alivio. No había vuelto a visitar la tumba de su sobrino Carlos desde el día del entierro. No pudo ver a Lola entonces, porque seguía convaleciente de las heridas causadas por el derrumbe. No se le ocurrió pensar que quizá no era el momento ni el lugar más adecuado para decir aquello, pero una vez hubo acabado de contarlo todo, no creyó haber obrado mal. Carlos había sido un héroe al protegerla con su cuerpo, sin embargo era justo que supiese que la policía atribuía al propio Carlos la manipulación del conducto del gas de la cocina comunitaria. Había utilizado un mechero que había dejado encendido sobre la encimera. Cuando el gas natural acumulado llegó a esa altura, ¡Boom! Sólo el pasado de maltrato de Carlos y sus problemas de sonambulismo podían explicar aquel comportamiento. Enajenación mental transitoria. Sin embargo Lola se resistió amablemente a creer la versión de la policía. Sabía que Carlos era una persona especial y que, en uno u otro sentido, conocía lo que iba a ocurrir porque podía ver el futuro. Lo que nunca pudo entender es porqué no quiso contarle ni siquiera a ella lo que veía.

domingo, 22 de marzo de 2009

Aforismo

Somos la consciencia del átomo.

sábado, 21 de marzo de 2009

Mirándome el prepucio...

Como prometí, ahí va uno de mis textos perdidos. Está dedicado a un ex-amigo que tuve. Un ser tan patético, que generaba tanta compasión como desprecio. De ahí que me costara tanto librame de él. Aunque aún debo dinero por su culpa...
MIRÁNDOME EL PREPUCIO

Después de tantos años he llegado a la conclusión de que sólo soy capaz de sincerarme con mi prepucio. Me llamo Alejandro Teruel de Miraflores y mi nombre encierra el resumen de mi vida: “aléjate de mí”. Parece que todos han llegado a la misma conclusión después de conocerme.
Mentiría si te digo que me lo esperaba, pues nunca me he considerado un mal tipo. Soy un hombre abandonado. Pero nadie puede recordar de mí una mala palabra… Siempre me esforcé en caer bien a la gente y he procurado rodearme de los mejores. La clave del éxito reside en ello, os lo puedo asegurar, porque desde que inicié mi aventura en solitario no han dejado de salirme mal las cosas.
Vivo en un bonito ático cerca de la playa de la Malvarossa y cuando se celebra el gran premio de Europa de Fórmula 1, me siento en el balcón con un Bitter en la mano y disfruto de la carrera. En realidad no se ve gran cosa, porque la mayor parte del circuito queda oculto detrás de los edificios que tengo delante y sólo cuando algún piloto pierde el control lo veo pasar como un rayo levantando tras de sí una nube de polvo. Ya no invito a nadie a ver la carrera conmigo. Una vez lo hice con los compañeros de trabajo y aún tengo que soportar sus burlas. Yo nunca sugerí que pudiera contemplar toda la carrera desde mi balcón. Sólo dije que se veía el circuito desde mi casa y fueron ellos los que montaron la quedada el día del campeonato. Mi primo me enseñó que una mentira no es lo mismo que un silencio, así que omití algunos detalles. Mi primo es abogado. Yo también lo soy pero me he inclinado por la aventura empresarial porque considero que es en este ámbito donde pueden destacar los mejores…
En realidad me faltan un puñado de asignaturas para tener el título, pero esto no lo sabe nadie.
Tengo casi cincuenta años y actualmente desempeño un puesto ejecutivo en una firma del Corte Inglés. Estoy soltero pero soy incapaz de decir el número exacto de mujeres que han disfrutado conmigo. Creo que el hombre ha nacido para dar placer a la mujer, el verdadero sujeto de la historia. Por eso es tan importante escoger con cuidado a tu pareja. No puede ser cualquiera, porque una mujer no es un coche. Como en el caso de los hombres, tengo predilección por las de gama alta, aunque he de reconocer que la mayor parte de mis amantes eran unas guarrillas. Una buena mujer te da mucho más prestigio que un buen trabajo, ya que una mujer así no se casa con un cualquiera. Desgraciadamente nunca me he cruzado con una de esa clase. Lo más parecido, fue una novia americana que tuve hace unos años y en realidad no era americana, sino de Niuyork. Tampoco los americanos son lo que eran hace unos años, pero los de Niuyork siempre serán de Niuyok.

Me considero un hombre culto, por encima de la media. Y un magnífico jugador de ajedrez. Después de agotar de placer a una mujer, no se me ocurre actividad más estimulante que vencer a un oponente en el tablero... Siempre queda como un idiota. Es el mejor deporte que existe, pues puedes vencer a muchos durante toda tu vida sin importad la edad que tengas. Yo sólo juego para ganar y he de reconocer que no soporto perder. Tal vez por eso me cuesta tanto retener a los amigos. Pero no importa, pues en el mercado sigue habiendo un gran excedente de personas ansiosas por ser aduladas.

Siempre he tenido perros en casa. Me gustan los perros. Son agradecidos y están convencidos que soy el mejor amigo que nunca han tenido. Mi perra se llama Gambito y es una hembra terrier. Me gustaría llevármela a hacer footing de vez en cuando porque dicen que se liga mucho con un perro, pero me es imposible. A Gambito le da pánico el mundo exterior. Cuando viene alguna visita se mete debajo de mi cama y acaba por mearse en mis zapatos. Pero Gambito es mi único amigo y a un amigo se le disculpa todo.

En fin, es una lástima que no todo el mundo opine como yo, porque en realidad no soy mal tipo.

viernes, 20 de marzo de 2009

Llegado a la grapa...

Si la vida tiene la estructura de una narración, entonces creo que ya he llegado a la grapa.

Libro de familia, álbum de fotos... Encuadernamos todo lo importante para poder hacer en la vejez un repaso de nuestros éxitos y fracasos.

Actuamos por delegación, como los viejos mitos del cine incapaces de rodar según qué escenas. Nuestros hijos son la secuela de una película que ha tenido un final precipitado, preferimos que sean ellos quienes cargen con el peso de la trama. Así, esperamos obtener sentido a nuestra vida a través de sus éxitos.

Tengo 35 años y mi vida, más que a un libro, se parece a un fanzine de esos que se hacen con fotocopias.

El objetivo de este blog es dar salida a mis escritos.

Josep Martin Brown es un seudónimo. Nadie recibe al nacer un nombre tan de película. Y eso es un alivio, pues si estuviéramos predestinados por nuestro nombre yo estaría siempre en Babia.