domingo, 2 de agosto de 2009

La novela

Soy un ser disperso y como tal tiendo a perder el hilo. Más que a un árbol, mi discurso se asemeja a un arbusto. Por eso creo conveniente clarificar la estructura de mi saga y las razones que me han impulsado a concentrarme en un proyecto tan arriesgado como este. Arriesgado porque me dispongo a dedicar los próximos años de mi vida a la elaboración de una saga. Arriesgado porque su temática no se acerca a la novela negra ni al género histórico, aunque mama de ambos. No. Es una saga de ciencia ficción. Un género tan denostado en España como lo es la novela erótica.

Quizá por ello prefiero escribir con un seudónimo tan ambiguo como el de Josep Martin Brown. Estoy seguro que muchos lectores prefieren nombres anglosajones a la hora de escoger una novela de la estantería.

Mis historias hablan de sentimientos. Sin embargo el marco de la acción no se sitúa en el metro de una gran ciudad española. Especulan con la historia, sin embargo no son leídas con ánimo formativo -estoy seguro que gran parte del éxito de la novela histórica radica en el hecho de que muchos lectores buscan una "lectura de provecho". Y sobre todo son profundamente psicológicas. La gran ventaja de la literatura frente al cine estriba en el uso indiscriminado del "pensamiento directo". Desde la descripción de los pensamientos de un personaje podemos hacernos una idea del paisaje que trasciende lo meramente descriptivo. En este sentido, la gran popularidad de las películas de ciencia ficción no ha sido correspondida con un renacer de la literatura del mismo género. Tal vez porque el espectador se siente deslumbrado por los efectos especiales y olvida la dimensión psicológica del marco.

En mi novela la Tierra ocupa un lugar tan periférico como central. Se establece una doble dimensión narrativa; en el sentido que la tierra es vista "desde dentro" de la psicología de un alienígena, y al mismo tiempo "desde dentro" de los humanos que la habitan. Los fines son los mismos: la crítica social y política. El medio determina la perspectiva y esta es innovadora: la relidad es contemplada desde los pensamientos de alienígenas y humanos.

Pero bueno, las crítcas es mejor dejarlas para los lectores. Así que aquí os anticipo la estructura de mi novela "Azul y Luna".

Azul y luna.
Novela de 110.000 palabras, aproximadamente.

Primer prólogo: Historia de NeBulus.
Segundo prólogo: El eslabón perdido.
Novela: Segundo descubrimiento.
Epílogo: Epílogo.

Los prógolos son historias en sí mismas que complementan la novela y al mismo tiempo son cerradas por esta. El epílogo es la historia puente entre la novela y su continuación.

Espero que el camino que he iniciado no me lleve a un callejón sin salida.
Un abrazo
Josep Martin Brown

sábado, 1 de agosto de 2009

La nave de los renegados

Hola a todos.

Tengo buenas noticias. La Editorial Mandrágora se dispone a publicar en una antología de relatos el segundo prólogo de mi novela "Azul y Luna". Saldrá -si no hay cambios- a principios de octubre bajo el título "Cefeidas".
http://www.mandragora.es/index.php
Os mantendré informados.


De cualquier modo, es la primera cosa que me publican en esta segunda época -es decir, la primera desde que escribo bajo el seudónimo de Josep Martin Brown.

Lógicamente, esta noticia le ha dado un nuevo impulso a mi saga espacial. Fruto de ello es el relato corto que estoy escribiendo y del que os adelanto el comienzo: "La nave de los renegados".



LA NAVE DE LOS RENEGADOS

En un burócrata, en eso le había convertido el hábito. “El hábito hace al cofrade”, le repetía continuamente el maestro. De su naturaleza beBaloBius, EsBosito sólo podía reconocer ya su propio rostro. El uniforme no le picaba desde hacía ciclos, señal de que la metamorfosis se había completado. El proceso era irreversible. Sin el hábito de la Cofradía de Comercio moriría y su esencia sería dispersada por el viento.
Todavía era capaz de recordar con nitidez la cara de su madre el día que su padre lo vendió a la Cofradía. Resignación y culpa. A pesar de estar curtida en mil batallas, no pudo evitar enrojecerse de pena. Dicen que los Perecederos se lamentan haciendo que sus ojos expulsen pequeñas gotas de agua, pensaba EsBosito en ese instante de duda. Algo difícil de creer, pues nadie ha visto quejarse a un Eterno. Los beBaloBius como yo, en cambio, nos emocionamos a menudo. O al menos aquellos que no han sido transformados por el hábito de cofrade. Después de tanto tiempo vistiendo el uniforme de la Cofradía su rostro era incapaz de cambiar de color para mostrar sus más íntimos sentimientos. Por no tener, no le quedaban ya ni tentáculos, tan rápida era la metamorfosis.
El pequeño astropuerto que la Cofradía mantenía en WormSimia se había convertido hasta ese momento en su hogar y en todo su mundo. Ninguno de sus compañeros había salido del estrecho recinto, ni siquiera su maestro ErmiCem, el más veterano de los cofrades del destacamento. Un inseCtor viejo y amargado que ante la perspectiva de la muerte había escogido servir a perpetuidad a la Cofradía. Eran intrusos en un planeta hostil. Los guSanos toleraban su presencia porque así lo exigía el tratado de paz. Pero ninguno de los cofrades estaba autorizado a pisar la sagrada hierba del planeta hueco. Los guSanos eran unos seres tan poderosos como inefables. Si pasaban la mayor parte de sus largas vidas bajo tierra, EsBosito no comprendía porqué se les prohibía salir al exterior y pisar la superficie, donde no podían molestar a ninguno de ellos. Orgullo de guSano. Tampoco jugó limpio la Cofradía cuando concluyó que el único desierto del planeta sería un buen lugar para instalar el astropuerto. Esta decisión no ayudó a disminuir el recelo entre ambos grupos. Pero aquel tratado se firmó en un pasado muy lejano. El tiempo transcurrido desde entonces tendría que haber sido suficiente para disipar el rencor acumulado durante la breve guerra. Pero los guSanos son longevos, casi tanto como los Eternos, y su memoria es vasta y colectiva. Una entidad así difícilmente perdona las deudas.
Y entonces, cuando estaba a punto de resignarse a su destino, aquel suceso iba a cambiarlo todo. La explosión había destruido por completo el refectorio donde comían sus hermanos, matándolos a todos. El enorme boquete abierto en el muro se presentaba ante EsBosito como una tentación ineludible. Al otro lado le esperaba la libertad. Y casi con total seguridad su propia muerte. Si permanecía en su puesto y cumplía con su obligación, tal vez la Cofradía premiaría su fidelidad ascendiéndolo a maestro. Por otra parte nada garantizaba que su posición fuera a mejorar en el futuro, pues no era más que un jenizo, un esclavo al que nunca preguntaron si era su deseo vestir el hábito. No como su difunto maestro ErmiCem, casi un voluntario. EsBosito no pertenecía a la orgullosa raza de los inseCtores. No poseía un exoesqueleto ni corrían fluidos aristocráticos por sus venas. Aunque la Cofradía proclamaba que el tiempo y el hábito convertían a todos los cofrades en hermanos, EsBosito sabía que esa afirmación era una mentira. La Cofradía de Comercio se nutría principalmente de niños y jóvenes de los confines. Su propia historia era ejemplar. Muchas familias pobres de ILO vendían al menor de sus hijos a la Cofradía. Algunos como su padre lo hacían satisfechos, pues estaban convencidos de que así aseguraban un futuro mejor para sus hijos. No parecía importarles el hecho de que pasados pocos ciclos, los órganos de sus retoños serían sustituidos por el tejido interno del hábito que vestían. No imaginaban lo que esta metamorfosis suponía ni los dolores que acompañaban al proceso. El hábito del cofrade era algo más que un uniforme. Sólo dejaba al descubierto el rostro del que lo llevaba y carecía de mangas o perneras. Su color gris y su textura original se adaptaban a las necesidades del portador. Un hábito era todo el equipo que un cofrade necesitaba para sobrevivir. De él obtenía su alimento y los gases que respiraba. Le servía de manto para el invierno y de escudo contra la radiación solar en verano. En el espacio era su traje espacial y bien usado podía ser tan letal como una armadura de combate. El hábito del cofrade era la piel y los órganos de su portador, y también su mortaja. EsBosito no quería sacrificar su vida al servicio de la Cofradía y por eso atravesó el agujero del muro en busca de la libertad.