sábado, 1 de agosto de 2009

La nave de los renegados

Hola a todos.

Tengo buenas noticias. La Editorial Mandrágora se dispone a publicar en una antología de relatos el segundo prólogo de mi novela "Azul y Luna". Saldrá -si no hay cambios- a principios de octubre bajo el título "Cefeidas".
http://www.mandragora.es/index.php
Os mantendré informados.


De cualquier modo, es la primera cosa que me publican en esta segunda época -es decir, la primera desde que escribo bajo el seudónimo de Josep Martin Brown.

Lógicamente, esta noticia le ha dado un nuevo impulso a mi saga espacial. Fruto de ello es el relato corto que estoy escribiendo y del que os adelanto el comienzo: "La nave de los renegados".



LA NAVE DE LOS RENEGADOS

En un burócrata, en eso le había convertido el hábito. “El hábito hace al cofrade”, le repetía continuamente el maestro. De su naturaleza beBaloBius, EsBosito sólo podía reconocer ya su propio rostro. El uniforme no le picaba desde hacía ciclos, señal de que la metamorfosis se había completado. El proceso era irreversible. Sin el hábito de la Cofradía de Comercio moriría y su esencia sería dispersada por el viento.
Todavía era capaz de recordar con nitidez la cara de su madre el día que su padre lo vendió a la Cofradía. Resignación y culpa. A pesar de estar curtida en mil batallas, no pudo evitar enrojecerse de pena. Dicen que los Perecederos se lamentan haciendo que sus ojos expulsen pequeñas gotas de agua, pensaba EsBosito en ese instante de duda. Algo difícil de creer, pues nadie ha visto quejarse a un Eterno. Los beBaloBius como yo, en cambio, nos emocionamos a menudo. O al menos aquellos que no han sido transformados por el hábito de cofrade. Después de tanto tiempo vistiendo el uniforme de la Cofradía su rostro era incapaz de cambiar de color para mostrar sus más íntimos sentimientos. Por no tener, no le quedaban ya ni tentáculos, tan rápida era la metamorfosis.
El pequeño astropuerto que la Cofradía mantenía en WormSimia se había convertido hasta ese momento en su hogar y en todo su mundo. Ninguno de sus compañeros había salido del estrecho recinto, ni siquiera su maestro ErmiCem, el más veterano de los cofrades del destacamento. Un inseCtor viejo y amargado que ante la perspectiva de la muerte había escogido servir a perpetuidad a la Cofradía. Eran intrusos en un planeta hostil. Los guSanos toleraban su presencia porque así lo exigía el tratado de paz. Pero ninguno de los cofrades estaba autorizado a pisar la sagrada hierba del planeta hueco. Los guSanos eran unos seres tan poderosos como inefables. Si pasaban la mayor parte de sus largas vidas bajo tierra, EsBosito no comprendía porqué se les prohibía salir al exterior y pisar la superficie, donde no podían molestar a ninguno de ellos. Orgullo de guSano. Tampoco jugó limpio la Cofradía cuando concluyó que el único desierto del planeta sería un buen lugar para instalar el astropuerto. Esta decisión no ayudó a disminuir el recelo entre ambos grupos. Pero aquel tratado se firmó en un pasado muy lejano. El tiempo transcurrido desde entonces tendría que haber sido suficiente para disipar el rencor acumulado durante la breve guerra. Pero los guSanos son longevos, casi tanto como los Eternos, y su memoria es vasta y colectiva. Una entidad así difícilmente perdona las deudas.
Y entonces, cuando estaba a punto de resignarse a su destino, aquel suceso iba a cambiarlo todo. La explosión había destruido por completo el refectorio donde comían sus hermanos, matándolos a todos. El enorme boquete abierto en el muro se presentaba ante EsBosito como una tentación ineludible. Al otro lado le esperaba la libertad. Y casi con total seguridad su propia muerte. Si permanecía en su puesto y cumplía con su obligación, tal vez la Cofradía premiaría su fidelidad ascendiéndolo a maestro. Por otra parte nada garantizaba que su posición fuera a mejorar en el futuro, pues no era más que un jenizo, un esclavo al que nunca preguntaron si era su deseo vestir el hábito. No como su difunto maestro ErmiCem, casi un voluntario. EsBosito no pertenecía a la orgullosa raza de los inseCtores. No poseía un exoesqueleto ni corrían fluidos aristocráticos por sus venas. Aunque la Cofradía proclamaba que el tiempo y el hábito convertían a todos los cofrades en hermanos, EsBosito sabía que esa afirmación era una mentira. La Cofradía de Comercio se nutría principalmente de niños y jóvenes de los confines. Su propia historia era ejemplar. Muchas familias pobres de ILO vendían al menor de sus hijos a la Cofradía. Algunos como su padre lo hacían satisfechos, pues estaban convencidos de que así aseguraban un futuro mejor para sus hijos. No parecía importarles el hecho de que pasados pocos ciclos, los órganos de sus retoños serían sustituidos por el tejido interno del hábito que vestían. No imaginaban lo que esta metamorfosis suponía ni los dolores que acompañaban al proceso. El hábito del cofrade era algo más que un uniforme. Sólo dejaba al descubierto el rostro del que lo llevaba y carecía de mangas o perneras. Su color gris y su textura original se adaptaban a las necesidades del portador. Un hábito era todo el equipo que un cofrade necesitaba para sobrevivir. De él obtenía su alimento y los gases que respiraba. Le servía de manto para el invierno y de escudo contra la radiación solar en verano. En el espacio era su traje espacial y bien usado podía ser tan letal como una armadura de combate. El hábito del cofrade era la piel y los órganos de su portador, y también su mortaja. EsBosito no quería sacrificar su vida al servicio de la Cofradía y por eso atravesó el agujero del muro en busca de la libertad.

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