viernes, 10 de abril de 2009

Confesiones de una farola

Levantarme a la hora que me venga en gana es hasta ahora el mayor éxito de mi vida. Es una lástima que no sea mucho de dormir, pues me despierto todos los días antes de que salga el Sol. Mi relación con el mundo de los sueños es problemática, pero no siempre ha sido así. Recuerdo vivamente mi infancia y cómo la hora de irse a la cama era el mejor momento del día. Por aquel entonces en uno de los dos canales de la tele emitían una serie que iba a cambiar mi vida, “El Gran Héroe Americano”. Juntos aprendimos a volar.

Mis primeras lecciones de vuelo las llevé a cabo en la misma acera de la calle donde me crié. Daba tres largos pasos, como si estuviese dispuesto a participar en una competición de triple salto, y entonces echaba a volar. Aunque los resultados eran muy pobres al principio. Como mucho conseguía llegar hasta la otra esquina y apenas me elevaba medio metro del suelo.

Treinta años después sigo volando en sueños, aunque éstos son en su mayoría pesadillas. Lo hago bastante mejor que entonces y creo que la razón radica en que he perdido el miedo a estrellarme contra el suelo. Mis sueños son tan lúcidos y entretenidos que no entiendo cómo no me paso la mayor parte del día durmiendo, yo que puedo. La vida real, en cambio, es previsible, segura y carece de todos los estímulos que uno encuentra en una buena pesadilla.

En un sueño somos capaces de lanzarnos al vacío. Decimos verdades como puños y nuestras acciones reflejan la auténtica naturaleza de nuestros sentimientos. En un mundo así es imposible aburrirse. Supongo que por eso me levanto todas las mañanas de un salto, como activado por un resorte. Ingenuo de mí, imagino que la vigilia va a ser tan estimulante como el sueño. La vida real se encarga a las pocas horas de ponerte en tu sitio.

Mi vida no es mala, es simplemente anodina. La pura existencia de la cosa es, por el contrario, absolutamente maravillosa y por eso me limito a ver la vida pasar. Algo tan simple como el musgo del camino vive con más intensidad que la mayor parte de los seres humanos del planeta. Contemplar este hecho compensa en gran medida la aburrida realidad de la vida cotidiana. Estamos tan ocupados en imitar a los animales que olvidamos que la imaginación es una facultad exclusivamente humana. Así pues, pasamos la mayor parte de nuestras vidas más pendientes de llenar el mundo de críos que de disfrutar de su belleza. Olvidamos que si estamos aquí es para dar cuenta del mundo, para admirarlo, para ser conscientes de su pura existencia.

Falto de estímulos apropiados, con el paso de los años me estoy convirtiendo en una farola. Estático y contemplativo, me limito a alumbrar un camino que soy incapaz de recorrer.

3 comentarios:

  1. Alguien debe alumbrar el camino para que los demás, los que realmente encontramos la vida, cuanto menos, entretenida, podamos viajar por ella.
    Sueños y realidad, a veces cuesta distinguirlos.
    De ahí mis "microrrelatos", imágenes, palabras, conceptos que llegan no sé de donde, y quieren ser plasmados conjuntamente para su exposición.

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  2. "alumbrar un camino que soy incapaz de recorrer" hace referencia, sobre todo, al hecho de ser y comportarse como un adulto.

    Reconozco que mi posición es un poco triste. Siento la misma nostalgia que sentía "el último hombre" de Nietzsche -toma ya- respecta a cosas en las que antes creía fervientemente.

    Prometo ser más optimista la próxima vez. Pero no todos los días pintan tan mal como ayer, que al final no fue tan aburrido y terminó pasando rápido.
    :)

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  3. >"alumbrar un camino que soy incapaz de recorrer" hace referencia, sobre todo, al hecho de ser y comportarse como un adulto.>
    Por eso mismo, hay quien está en la vida sólamente dejándola pasar, convirtiéndose en la "farola" y hay quien le intenta sacar el mayor jugo posible. A veces es verdad que para eso hay que preservar, ante todo, la parte "infantil", aunque a veces esto haga que te vean como un "raro". pero bueno, tal vez los raros sean los demás...

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